“En vuestra paciencia, poseed vuestras almas” (Lucas 21:19).
La impaciencia es un ladrón sutil. Cuando se instala, roba al alma el sentido de control, la tranquilidad e incluso la confianza. Nos volvemos ansiosos porque no podemos ver el mañana. Queremos respuestas rápidas, soluciones inmediatas, señales visibles de que todo saldrá bien. Pero Dios, en Su sabiduría, no nos revela el guion completo de la vida. Él nos invita a confiar. Y ahí está el desafío: ¿cómo descansar en paz cuando no sabemos lo que vendrá?
La respuesta no está en conocer el futuro, sino en acercarnos al Padre. La verdadera paz no nace de la previsión, sino de la presencia de Dios en nosotros. Y esa presencia no es automática — se manifiesta cuando tomamos una decisión firme: obedecer. Cuando elegimos vivir según la voluntad de Dios, algo extraordinario sucede. Él se acerca a nosotros. Y en lugar de darnos un mapa detallado de todo lo que va a suceder, nos da visión espiritual. Empezamos a ver con los ojos de la fe. Entendemos el presente con mayor claridad y percibimos señales de lo que está por venir, porque el Espíritu del Señor nos guía.
La obediencia a la maravillosa Ley de Dios produce una quietud que el mundo no comprende. Es una calma natural, un descanso profundo. No porque todo esté resuelto, sino porque el alma sabe que está en paz con el Creador. Esa paz no puede ser fabricada ni enseñada en libros y sermones. Es el fruto directo de una vida alineada con los mandamientos eternos del Altísimo. Quien obedece, descansa. Quien obedece, ve. Quien obedece, vive. -Adaptado de F. Fénelon. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Querido Dios, es verdad que frecuentemente dejo que la impaciencia tome el control de mí. Cuando las respuestas tardan, cuando el mañana parece incierto, siento mi corazón apretarse y mi mente correr sin dirección. Intento controlar lo que no puedo y eso me roba la paz que solo Tú puedes ofrecer. En vez de descansar en Ti, busco señales, explicaciones y garantías, como si saber el futuro fuera lo que más necesito. Pero en el fondo, lo que mi alma desea es algo más profundo: Tu presencia.
Padre mío, hoy te pido que me enseñes a confiar, incluso sin entender. Quiero dejar de correr tras soluciones inmediatas y aprender a esperar en Ti con el corazón en paz. Dame valor para obedecer con alegría tus magníficos mandamientos, aun en el silencio, aun cuando todo parece detenido. Quiero la visión espiritual que solo viene cuando Tu Espíritu habita en mí. Acércate a mí, Señor. Muéstrame el valor de una vida en total sumisión a Tu voluntad. Que mi mayor seguridad no esté en respuestas rápidas, sino en Tu cuidado constante para con Tus hijos obedientes.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque Tu presencia es mejor que cualquier plan detallado. Tú eres mi descanso en medio de la espera. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un río tranquilo que atraviesa mi corazón, trayendo orden donde antes había confusión. Tus mandamientos son como luces encendidas en la oscuridad, mostrando el siguiente paso con claridad y bondad. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.