“Todo aquel que practica el pecado también transgrede la ley, porque el pecado es la transgresión de la ley” (1 Juan 3:4).
El pecado no es un accidente. El pecado es una decisión. Es la transgresión consciente de aquello que sabemos que Dios ya ha dejado claro. La Palabra es firme: el pecado es la violación de la Ley de Dios. No es falta de información — es una elección deliberada. Vemos la cerca, leemos las advertencias, sentimos el toque de la conciencia… y aun así, elegimos saltar. En nuestros días, muchos intentan suavizar esto. Crean nuevos nombres, explicaciones psicológicas, discursos modernos para hacer que el pecado sea “menos pecado”. Pero la verdad sigue siendo la misma: no importa el nombre — el veneno aún mata.
La buena noticia — y realmente es buena — es que siempre hay esperanza mientras hay vida. El camino de la obediencia está abierto. Cualquier persona puede decidir hoy dejar de transgredir la poderosa Ley de Dios y comenzar a obedecerla con sinceridad. Esa decisión no depende de un diploma, de un pasado limpio ni de perfección. Depende solamente de un corazón quebrantado y dispuesto. Y cuando Dios ve ese deseo verdadero, cuando examina y encuentra sinceridad, Él responde enviando al Espíritu Santo para fortalecer, guiar y renovar esa alma.
A partir de ahí, todo cambia. No solo porque la persona se esfuerza, sino porque el cielo se mueve a su favor. Con el Espíritu viene el poder para vencer el pecado, viene la firmeza para mantenerse en pie, vienen las bendiciones, los libramientos y, sobre todo, la salvación en Cristo Jesús. El cambio comienza con una decisión — y esa decisión está a tu alcance ahora: obedecer la santa y eterna Ley de Dios con todo el corazón. -Adaptado de John Jowett. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Señor mi Dios, reconozco que muchas veces vi las señales y aun así elegí el camino equivocado. Sé que el pecado es la transgresión de Tu Ley, y que ninguna excusa ni nombre más suave cambia esa verdad. Hoy ya no quiero engañarme. Quiero enfrentar mi pecado con seriedad y volverme a Ti con un arrepentimiento verdadero.
Padre, te pido: examina mi corazón. Mira si hay en mí un deseo genuino de obedecerte — y fortalece ese deseo. Quiero abandonar toda transgresión y vivir en obediencia a Tu poderosa Ley, siguiendo Tus santos mandamientos con fidelidad. Envía a Tu Espíritu Santo para guiarme, para darme fuerzas y para mantenerme firme en el camino de la santidad.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque aun ante mi culpa, Tú me ofreces redención. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un muro de protección alrededor de los que te obedecen, guardando sus pasos del error y de la destrucción. Tus mandamientos son como ríos de pureza que lavan el alma y conducen al trono de la gloria. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.