“Aunque yo esté en tinieblas, el Señor será mi luz” (Miqueas 7:8).
Todos nosotros, en algún momento, necesitamos aprender a salir del centro y dejar que Dios tome el control. La verdad es que no fuimos creados para cargar el peso del mundo sobre nuestros hombros. Cuando intentamos resolverlo todo con la fuerza de nuestro propio brazo, terminamos frustrados, exhaustos y confundidos. La verdadera entrega comienza cuando dejamos de querer entenderlo todo y simplemente confiamos. Ese abandono de la propia voluntad —esa entrega completa— es el camino que nos lleva a la verdadera paz y a la unión con Dios.
Gran parte de la inquietud interior que sentimos proviene de un motivo claro: el alma aún no ha decidido obedecer totalmente la poderosa Ley de Dios. Mientras haya vacilación, mientras obedezcamos solo parcialmente los maravillosos mandamientos del Creador, el corazón permanecerá dividido y la inseguridad dominará. La obediencia parcial genera incertidumbre porque, en el fondo, sabemos que nos acercamos a Dios solo superficialmente. Pero cuando dejamos de preocuparnos por la opinión de los demás y elegimos obedecer en todo, Dios se acerca de manera poderosa. Y con esa cercanía vienen el valor, el descanso, las bendiciones y la salvación.
Si deseas experimentar la verdadera paz, la auténtica liberación y ser conducido al Hijo para el perdón, entonces no lo postergues más. Entrégate por completo. Obedece con sinceridad y firmeza la santa y eterna Ley de Dios. No existe camino más seguro, no existe fuente más pura de alegría y protección. Cuanto más te dediques a seguir fielmente los santos mandamientos de Dios, más cerca estarás de Su corazón. Y esa cercanía lo transforma todo: cambia el rumbo de la vida, fortalece el alma y conduce a la vida eterna. -Adaptado de James Hinton. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre eterno, reconozco que muchas veces intenté resolverlo todo solo, confiando en mi fuerza, en mi lógica, en mis sentimientos. Pero ahora entiendo que el verdadero descanso solo existe cuando me rindo completamente a Ti. Enséñame a entregarte cada parte de mi vida, sin reservas, sin miedo, sin intentos de control.
Señor, me arrepiento por no haber obedecido totalmente Tu poderosa Ley. Sé que la obediencia parcial me ha impedido vivir la plenitud de Tu presencia. Hoy me postro ante Ti y elijo obedecerte en todo. No quiero vivir más una fe a medias. Quiero seguir todos Tus maravillosos mandamientos con alegría y celo. Que mi vida sea marcada por la fidelidad a lo que Tú has establecido desde el principio.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por ser justo con los fieles y paciente con los que se arrepienten sinceramente. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un río de santidad que lava el alma y da vida a quien te obedece. Tus mandamientos son como columnas de luz que sostienen el camino de la verdad y guardan los pies de los que te aman. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.