“Al vencedor, lo haré columna en el santuario de mi Dios” (Apocalipsis 3:12).
Lentamente, pero con propósito, Dios está construyendo Su templo en todo el universo — y esa obra no está hecha de piedras comunes, sino de vidas transformadas. Siempre que un alma elige obedecer voluntariamente a la poderosa Ley de Dios, incluso en medio de las dificultades del día a día, enciende dentro de sí el fuego de la semejanza divina. Esa alma pasa a formar parte de la estructura viva del templo del Señor — se convierte en una piedra viva, firmada en la fe y moldeada por la obediencia.
Cuando tú, incluso en medio de luchas agotadoras, tareas monótonas o tentaciones intensas, entiendes el sentido de tu existencia y decides entregar todo a Dios, tu vida se transforma. Al elegir seguir los mandamientos del Creador y permitir que Él trabaje en ti, algo sobrenatural sucede: te conviertes en parte de esta construcción sagrada. Tu entrega silenciosa, tu fidelidad en los bastidores de la vida, todo eso es visto por Dios y usado por Él como material noble para el crecimiento de Su templo eterno.
Dondequiera que existan corazones obedientes, Dios está levantando columnas, moldeando fundamentos, fortaleciendo Sus paredes vivas. Su templo no está limitado por espacio o tiempo — crece dentro de aquellos que eligen vivir de acuerdo con las instrucciones del Padre. Cada alma que se consagra, cada vida que se alinea a Su voluntad, es un testimonio vivo de que el templo de Dios está siendo edificado, ladrillo por ladrillo, alma por alma. -Adaptado de Phillips Brooks. Hasta mañana, si el Señor nos permite.
Ora conmigo: Querido Dios, qué honor es saber que, al elegir obedecer a Tu poderosa Ley, sea en los momentos simples o difíciles de mi rutina, estoy siendo moldeado como una piedra viva en Tu templo eterno. Gracias por darme este propósito tan grandioso — formar parte de Tu construcción sagrada, siendo transformado poco a poco a Tu imagen.
Mi Padre, hoy Te pido que continúes trabajando en mí. En las tareas monótonas, en las luchas silenciosas y en las tentaciones del día a día, ayúdame a mantener mi corazón firme en Tu voluntad. Que mi fidelidad, aunque nadie la vea, sea usada por Ti como material noble en la edificación de Tu templo. Moldéame, límpiame, fortalece mi fe, y haz de mí una columna viva que sustente y glorifique Tu nombre. Que mi vida, en todo, Te pertenezca y Te exalte.
Oh, Santísimo Dios, Te adoro y Te alabo porque Tu obra es perfecta, y usas incluso los menores actos de obediencia para algo eterno. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como el cincel divino que esculpe el alma con precisión y belleza, haciéndola digna de Tu presencia. Tus mandamientos son los planos celestiales de esta gran construcción, trazados con amor y justicia para formar un templo donde Tú habitas con gloria. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.