“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15).
La mejor manera de que una persona realmente aproveche la vida —con profundidad, paz y propósito— es mantener una aceptación plena, pronta y alegre de la voluntad divina, que es perfecta e inmutable en todas las cosas. Esto significa reconocer que nada puede venir de la fuente de toda bondad, que es Dios, excepto aquello que es, en su esencia, bueno. El alma que comprende esto aprende a descansar. No se ofende por los caminos del Señor, no cuestiona Sus decisiones y no resiste Su voluntad, porque entiende que todo está siendo conducido por una regla eterna de sabiduría y amor.
La persona verdaderamente buena y humilde vive en armonía con el plan divino porque ve, incluso en las dificultades, la mano de un Padre amoroso. Reconoce que hay un Amor infinito y omnipotente gobernándolo todo —un Amor que no retiene nada por egoísmo o celos, sino que se da generosamente a la creación. Ese Amor guía, corrige, sostiene y transforma, siempre para el bien de aquellos que deciden confiar. Y lo que hace posible esa confianza real es la certeza de que Dios nos ha revelado la base segura de la vida: Su poderosa Ley, dada por los profetas y confirmada por Jesús.
Esa Ley es el fundamento de la felicidad. Es el camino claro, seguro y santo por el cual podemos vivir en sintonía con la voluntad divina. Cuando el alma deja de resistirse, deja de negociar con sus propios deseos y acepta, con humildad, seguir la Ley de Dios por completo —sin excepciones—, entonces todo lo bueno comienza a fluir naturalmente del corazón del Creador al corazón del fiel. Paz, alegría, dirección y salvación ya no necesitan ser buscadas como algo lejano. Empiezan a habitar dentro del alma que se ha rendido completamente a la voluntad del Padre. -Dr. John Smith. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Querido Dios, te agradezco por enseñarme que la verdadera manera de vivir con paz, profundidad y propósito es aceptar con alegría tu voluntad perfecta. Gracias por recordarme que el alma que confía en tu dirección descansa —no cuestiona, no resiste, sino que se rinde, sabiendo que todo está siendo conducido por una sabiduría eterna y llena de amor.
Padre mío, hoy te pido que moldees mi corazón para que viva en total sintonía con tu plan divino. Que reconozca tu mano incluso en las dificultades y aprenda a ver tu cuidado donde antes solo veía obstáculos. Enséñame a confiar plenamente en ese Amor infinito que no guarda nada para sí, sino que se entrega generosamente para guiar, corregir, sostener y transformar mi vida. Que esa confianza crezca en mí cada día, alimentada por la obediencia sincera a tu increíble Ley.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque me has revelado el fundamento de la verdadera felicidad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como una corriente viva que une mi corazón al tuyo, haciendo fluir paz, alegría y salvación dentro de mí. Tus mandamientos son como portales sagrados que me conducen a la armonía con tu voluntad, donde todo lo bueno deja de ser una promesa lejana y pasa a habitar dentro de mí. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.