“La persona siempre cosechará aquello que siembre” (Gálatas 6:7).
Las actitudes, deseos e inclinaciones de nuestra alma que un día serán perfeccionados en el cielo no surgirán de repente como algo nuevo y desconocido. Deben ser desarrollados, alimentados y practicados a lo largo de toda nuestra vida aquí en la Tierra. Es fundamental que entendamos esta verdad: la perfección de los santos en la eternidad no significa una transformación mágica en otro ser, sino la conclusión de un proceso que ya comenzó aquí, cuando el alma eligió rendirse a Dios y obedecer Su santa y maravillosa Ley.
El punto de partida de esta transformación es la obediencia. Cuando un alma, antes desobediente, se humilla ante el Creador y decide vivir según Sus mandamientos, Dios comienza a obrar de manera profunda y continua. Él se acerca, enseña, fortalece y conduce esa alma en un camino de comunión y santidad creciente. La obediencia se convierte en el suelo fértil donde el Espíritu de Dios actúa con libertad, moldeando el carácter y afinando los afectos conforme a Su voluntad.
Así, cuando finalmente lleguemos al cielo, no estaremos comenzando algo nuevo, sino simplemente continuando un camino que fue iniciado aquí — un camino que comenzó en el momento en que decidimos obedecer la poderosa, tierna y eterna Ley de Dios. La santidad perfecta del cielo será, entonces, el glorioso despliegue de la fidelidad vivida en la Tierra. Por eso, no hay tiempo que perder: cada paso de obediencia hoy es un paso más cerca de la gloria eterna mañana. -Adaptado de Henry Edward Manning. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Querido Dios, te agradezco porque me revelas que la perfección que me espera en el cielo no será algo extraño o distante, sino la continuidad de una vida de entrega que comienza ahora, en este mismo momento. Tú no esperas que me transforme en otro ser al final del camino, sino que permita que Tu Espíritu me transforme, paso a paso, mientras elijo obedecer Tu santa y maravillosa Ley. Gracias porque cada actitud fiel aquí en la Tierra es parte del proceso que prepara mi alma para la gloria eterna.
Padre mío, hoy te pido que plantes en mí el deseo constante de obedecerte. Que no posponga esa elección, ni desprecie el valor de los pequeños actos de fidelidad. Ayúdame a entender que es en la obediencia donde Tu Espíritu actúa con libertad, moldeando mi carácter y afinando mis afectos según Tu voluntad. Fortaléceme para que, aun en medio de las luchas, permanezca firme en el camino de Tu Ley, pues sé que es en ese suelo donde ocurre la verdadera transformación.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque me estás preparando desde ahora para lo que es eterno. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un camino de luz que me guía con ternura y firmeza hacia la santidad perfecta. Tus mandamientos son como semillas divinas plantadas en el corazón, que florecen aquí y se completan en la eternidad. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.