Devocional Diario: Si el Señor no me hubiera ayudado, ya estaría en...

“Si el Señor no me hubiera ayudado, ya estaría en el silencio de la tumba” (Salmos 94:17).

Existen momentos en la vida en que todo parece desmoronarse al mismo tiempo: los sueños se deshacen, las oraciones parecen no tener respuesta, y el corazón, aplastado por las circunstancias, ya no sabe hacia dónde correr. En esas horas, la mente se convierte en un campo de batalla. Pensamientos negativos, frustraciones, deseos no realizados y sentimientos de impotencia se apoderan de nosotros. Y lo peor es que, cuando más necesitamos dirección, somos tentados a tomar decisiones precipitadas, solo para aliviar el dolor. Pero actuar por impulso rara vez nos lleva a la solución —y casi siempre nos aleja aún más de lo que Dios quiere hacer.

La verdadera fuerza, en esos momentos, no está en hacer algo de inmediato, sino en rendirse. Quedarse quieto, confiar y entregar a Dios los propios deseos exige más valentía de la que muchos imaginan. Silenciar el alma en medio del caos es un ejercicio espiritual profundo. Es en ese lugar de rendición donde comienza la sanidad interior. La mente se calma, el espíritu se fortalece, y comenzamos a ver con los ojos de la fe. Esa postura humilde abre camino para que el Espíritu de Dios nos sostenga y nos conduzca con seguridad.

Pero no se puede vivir esta realidad sin obediencia. La única fuente verdadera de fuerza, paz y dirección está en la fidelidad a la Ley de Dios. Sus instrucciones no cambian, no fallan y no dependen de lo que sentimos. Cuando decidimos obedecer —aun cuando duele, aun cuando no entendemos— algo sobrenatural sucede: nuestro espíritu frágil se une a la fuerza del Creador. Es esa unión la que nos levanta, nos fortalece y nos conduce paso a paso hasta la vida eterna. La obediencia a la Ley del Señor no es una carga; es el único camino seguro en medio de cualquier tormenta. -William Ellery Channing. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.

Ora conmigo: Querido Dios, es verdad que frecuentemente me veo rodeado de luchas internas, inseguridades y decisiones difíciles. Cuando los sueños parecen derrumbarse y Tus respuestas parecen tardar, mi corazón se confunde y mi mente se llena de pensamientos que no vienen de Ti. En esos momentos, soy tentado a actuar por impulso, tratando de escapar del dolor de cualquier manera —pero termino alejándome de Tu voluntad.

Padre mío, hoy te pido que silencies mi alma y me ayudes a confiar más en Ti que en mis sentimientos. Quiero aprender a esperar en silencio, a depender de Ti con humildad y a escuchar Tu voz en medio del caos. Sé que no puedo ganar esta batalla con mis propias fuerzas. Por eso, te pido valentía para obedecer aun cuando no entiendo. Sosténme con Tu Espíritu, y guíame por Tus caminos eternos.

Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por ser mi roca firme cuando todo a mi alrededor se derrumba. Tú eres fiel, aun cuando yo soy débil; y Tu Ley, Señor, es el faro que me conduce de regreso cuando me pierdo en medio de las tormentas. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es la brújula que no falla, aun en las noches más oscuras. Tus mandamientos son como ríos de vida que refrescan el alma cansada y purifican el corazón afligido. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.



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