Devocional Diario: Vuélvete hacia mí y ten compasión de mí; concede tu fuerza a tu...

“Vuélvete hacia mí y ten compasión de mí; concede tu fuerza a tu siervo” (Salmos 86:16).

Cuando nuestro corazón es consumido por un deseo profundo e incesante de tener a Dios como el principio y el fin de todo —la razón detrás de cada palabra, cada acción, cada decisión desde el amanecer hasta el anochecer—, algo maravilloso sucede dentro de nosotros. Cuando nuestro mayor anhelo es agradar a Aquel que nos creó, y elegimos vivir con un enfoque constante en obedecer Su maravillosa Ley, así como los ángeles del cielo viven para cumplir prontamente Sus órdenes, entonces nos convertimos en una ofrenda viva al Espíritu Santo.

Esta entrega total nos lleva a una comunión real y constante con Dios. Y de esa comunión brota fuerza en los momentos de debilidad, consuelo en las horas de aflicción y protección a lo largo de toda la jornada en este mundo pasajero. El Espíritu de Dios pasa a guiar nuestros pasos con claridad, porque nuestro corazón ya no busca agradarse a sí mismo, sino al Padre. La obediencia a Su Ley se convierte en un placer —una expresión natural de nuestro amor y reverencia por Él.

Vivir así es atravesar este mundo transitorio con seguridad, incluso entre luchas y desafíos, rumbo a las riquezas eternas que el Señor ha preparado para los Suyos. Es experimentar un poco del cielo aquí en la Tierra, porque el alma obediente ya camina en dirección a la gloria. Y todo comienza con ese deseo ardiente: agradar a Dios en todo, viviendo en plena obediencia a Su santa, justa y poderosa Ley. -Adaptado de William Law. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.

Ora conmigo: Querido Dios, es verdad que frecuentemente me distraigo con tantas cosas pasajeras y dejo de priorizar lo que realmente importa: vivir para agradarte. Muchas veces busco Tu presencia, pero no Te pongo como el centro de cada palabra, cada acción y cada decisión de mi día. Olvido que el verdadero propósito de mi existencia es ser una ofrenda viva para Ti —obediente, rendida y dedicada. Cuando me vuelvo a Tu maravillosa Ley con sinceridad, percibo que mi corazón comienza a alinearse con el Tuyo, y todo dentro de mí encuentra orden, paz y dirección.

Padre mío, hoy te pido que enciendas en mí ese deseo profundo de agradarte en todo. Que el enfoque de mi alma no sea agradarme a mí mismo, sino glorificar Tu nombre en cada paso de mi caminar. Quiero vivir en comunión real contigo, sintiendo Tu fuerza en mis debilidades y escuchando Tu voz incluso en los días más silenciosos. Enséñame a amar Tus caminos, a obedecer, porque mi corazón ha encontrado placer en Tu Palabra y en Tus mandamientos. Dame constancia, Señor, para que esta entrega sea diaria, sincera y completa.

Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque Tú eres todo para mí —el principio, el medio y el fin de mi existencia. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como miel para el alma y firmeza para mis pies vacilantes. Tus mandamientos son alegría para los que te aman y protección para los que te siguen con fidelidad. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.



Compartir