“Por eso, os digo: no andéis ansiosos por vuestra vida” (Mateo 6:25).
Estas palabras de Jesús no son solo un consejo, sino una orden para aquellos que verdaderamente confían en el Padre. La ansiedad es como una marea persistente que intenta sofocar todo lo que Dios pone en nuestro corazón. Si no nos preocupamos por la ropa y los alimentos, pronto surgen otras inquietudes – ya sea relacionadas con el dinero, la salud o las relaciones. La invasión de la ansiedad es constante, y a menos que permitamos que el Espíritu de Dios eleve nuestra mente por encima de estas preocupaciones, seremos arrastrados por esta corriente y perderemos la paz.
La advertencia de Jesús se aplica a los verdaderos hijos de Dios. Aquel que no pertenece al Señor, que no Lo ama y no obedece a Sus mandamientos, tiene todo el motivo para vivir ansioso. Pero aquellos que han amado a Dios hasta el punto de recibir Sus instrucciones y seguirlas con alegría no tienen por qué temer o inquietarse. El Padre cuida de Sus hijos fieles, y nada les afecta sin que Él lo permita. La obediencia a los mandamientos del Señor no solo nos mantiene alineados con Su voluntad, sino que nos garantiza un lugar bajo Su protección.
Dios desea guiarnos más cerca de Él, moldearnos según Su voluntad y, al final, concedernos la vida eterna a Su lado. Quien confía y obedece al Padre no necesita vivir ansioso, pues sabe que todas las cosas están bajo Su control. La verdadera paz viene cuando entregamos nuestro camino al Señor y vivimos confiados en que Él proveerá todo a su debido tiempo. La ansiedad es para aquellos que viven lejos de Dios; la confianza es para aquellos que viven a la sombra que cubre a los obedientes. -Adaptado de O. Chambers. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Querido Dios, es verdad que la ansiedad intenta sofocar todo lo que pones en mi corazón, pero Tú me has ordenado no andar ansioso, pues aquellos que confían en Ti tienen la certeza de Tu cuidado. Sé que muchas veces mi mente se aferra a las preocupaciones de esta vida, pero no quiero ser arrastrado por esta corriente. Enséñame a elevar mis pensamientos por encima de las inquietudes diarias, para que pueda descansar plenamente en Tu providencia y en Tu fidelidad.
Mi Padre, hoy Te pido que fortalezcas mi fe, para que no viva como aquellos que no Te conocen y no siguen Tus caminos. Sé que Tus hijos fieles no tienen motivo para temer, pues están bajo Tu protección y nada les sucede sin que Tú lo permitas. Que pueda confiar de todo corazón que, al vivir en obediencia a Tu santa Ley, encuentro seguridad y paz, pues Tú cuidas de cada detalle de mi vida.
Oh, Santísimo Dios, Te adoro y Te alabo porque eres soberano sobre todas las cosas y nunca abandonas a aquellos que Te obedecen. Gracias porque la paz que viene de Ti no depende de las circunstancias, sino de la certeza de que Tú gobiernas todo con amor y justicia. Que mi vida esté marcada por esta confianza, para que viva sin miedo del mañana, sabiendo que mi camino está seguro en Tus manos. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el fundamento inquebrantable de mi vida. No hay nada tan maravilloso como Tus mandamientos. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.