“Considerad cómo crecen los lirios del campo: ellos no trabajan, ni hilan” (Mateo 6:28).
No levantes barreras dentro de ti contra el poder vivificante de Dios. Ese poder es real, es amoroso y está constantemente obrando en ti para realizar todo lo que es agradable a Su voluntad. Entrégate por completo a Su control, sin reservas, sin temor. Así como confías a Dios tus luchas, miedos y necesidades, confía también tu crecimiento espiritual. Deja que Él te moldee con paciencia y sabiduría — al fin y al cabo, nadie conoce tu corazón mejor que el propio Creador.
No es necesario intentar controlar este proceso ni preocuparse por cada detalle del camino. La verdadera confianza es descansar sabiendo que Él está guiando todo, incluso cuando no entiendes el camino. Cuando elegimos obedecer la poderosa Ley de Dios con sinceridad, estamos eligiendo vivir bajo la protección del Altísimo. Y, bajo esa protección, nada externo puede realmente alcanzarnos de manera fatal. El alma obediente está guardada, fortalecida, rodeada por el cuidado divino.
El enemigo puede aún intentar atacar, como siempre lo ha hecho, pero sus dardos son interceptados por un escudo invisible — la presencia de Dios que rodea a quienes lo aman y se deleitan en obedecer Sus mandamientos. Ese escudo no solo protege, sino que también fortalece. La obediencia nos hace más firmes, más conscientes de la presencia de Dios y más preparados para resistir el mal. Vivir bajo la voluntad de Dios es vivir con seguridad, con propósito y con la paz que ningún ataque del enemigo puede destruir. -Adaptado de Hannah Whitall Smith. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Querido Dios, te agradezco por tu poder vivificante que obra en mí con amor y sabiduría. Reconozco que no hay razón para resistir tu obrar. Tú me conoces mejor que yo mismo y sabes exactamente cómo moldearme para que me convierta en lo que soñaste. Por eso, me entrego por completo a tu control, confiando en que todo lo que estás haciendo en mí es bueno, justo y necesario.
Padre mío, hoy te pido que me enseñes a confiar en Ti no solo en los momentos de lucha, sino también en el proceso de mi crecimiento espiritual. Que no intente controlar el tiempo ni los detalles del camino, sino que descanse bajo tu dirección. Al elegir obedecer tu poderosa Ley, sé que me estoy refugiando bajo tu protección. Dame un corazón sincero y decidido, que encuentre seguridad en tu voluntad y sepa que, aun cuando todo a mi alrededor parezca incierto, Tú estás guiando cada paso con fidelidad.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque Tú eres escudo y fortaleza para los que te aman y obedecen tus mandamientos. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un muro inquebrantable que rodea mi alma y me mantiene firme ante las tormentas. Tus mandamientos son como hojas de luz que cortan las tinieblas a mi alrededor y me preparan para vencer el mal con valentía y fe. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.