Devocional Diario: Los justos claman, el Señor los oye y los libra de todas...

“Los justos claman, el Señor los oye y los libra de todas sus tribulaciones.” (Salmo 34:17).

En medio de una rutina acelerada, es fácil descuidar lo que realmente importa: nuestra comunión con Dios. Pero no te engañes, querido hermano o hermana: no existe santificación sin tiempo de calidad con el Señor. Esa comunión diaria no es un lujo para los superespirituales, sino una necesidad para todos nosotros. Es en ella donde encontramos fuerzas para continuar, sabiduría para decidir y paz para soportar. Y todo esto comienza con una elección: la obediencia. Antes de buscar palabras bonitas en la oración o consuelo en la meditación, necesitamos estar dispuestos a obedecer lo que Dios ya nos ha revelado.

No sirve de nada intentar saltar etapas. La obediencia a los mandamientos del Señor no es un accesorio de la fe: es el propio fundamento. Muchos piensan que pueden relacionarse con Dios a su manera, ignorando Sus instrucciones, como si Él fuera un padre permisivo que acepta todo. Pero la Palabra es clara: Dios se revela a quienes Le obedecen. Cuando demostramos, a través de acciones concretas, que tomamos en serio Su voluntad, Él responde. No ignora corazones obedientes. Al contrario, actúa con rapidez para sanarnos, transformarnos y guiarnos hacia Jesús.

Si deseas una vida transformada, debes comenzar por la obediencia. No es fácil, lo sé. A veces significa renunciar a algo que nos gusta o enfrentar la crítica de los demás. Pero no hay recompensa mayor que sentir a Dios cerca, obrando en nuestra vida con poder. Él no se revela en medio de la rebeldía, sino en la entrega sincera. Cuando elegimos obedecer, incluso sin entenderlo todo, el cielo se mueve. Y es ahí donde el proceso de santificación comienza de verdad: con los actos de fidelidad que tocan el corazón del Padre. -Adaptado de Henry Edward Manning. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.

Ora conmigo: Padre querido, en este mundo lleno de distracciones y presiones, reconozco que necesito volver al centro: a Tu presencia. Ayúdame a hacer de la obediencia el primer paso de mi jornada diaria. Que no me engañe con formas vacías de religiosidad, sino que mi corazón esté siempre dispuesto a seguir Tus mandamientos con sinceridad. Enséñame a priorizar el tiempo contigo y a no negociar Tu voluntad por nada en este mundo.

Señor, fortaléceme para vivir con fidelidad, incluso cuando eso signifique ir contra la corriente. Sé que Te agradas de quienes Te obedecen de corazón, y eso es lo que quiero ser: alguien que alegra Tu corazón con actitudes, no solo con palabras. Moldéame, transfórmame, líbrame de toda terquedad espiritual y condúceme a la verdadera comunión contigo, esa que refresca y restaura.

Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por ser fiel, justo y paciente. Tu sabiduría es perfecta y Tus caminos son más altos que los míos. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como una fuente de luz en medio de las tinieblas, que revela el camino de la vida. Tus mandamientos son como joyas preciosas, que adornan el alma y conducen a la paz verdadera. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.



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