“¡Señor, no te alejes! Oh mi fuerza, ven pronto en mi ayuda!” (Salmos 22:19).
Muchas personas gastan tiempo y energía intentando vencer el mal interior con estrategias humanas: disciplina, esfuerzo propio, buenas intenciones. Pero la verdad es que existe un camino más sencillo, más poderoso y seguro: obedecer los mandamientos de Dios con toda la fuerza del alma. Cuando elegimos ese camino, no solo estamos luchando contra el mal, sino que nos estamos conectando con el Dios que nos da la victoria sobre él. Es la obediencia la que silencia los pensamientos impuros, elimina la duda y fortalece el corazón contra los ataques del enemigo.
La poderosa Ley de Dios es el antídoto para todo veneno espiritual. No solo prohíbe el mal, sino que nos fortalece contra él. Cada mandamiento es un escudo, una protección, una expresión del amor de Dios por nosotros. Y cuando nos dedicamos a obedecerle sinceramente, el propio Dios pasa a involucrarse personalmente en nuestra vida. Deja de ser solo una idea lejana y se convierte en un Padre presente, que guía, corrige, sana, fortalece y actúa con poder a nuestro favor.
Este es el punto de inflexión: cuando el corazón se entrega por completo a la obediencia, todo cambia. El Padre se acerca, el Espíritu Santo obra en nosotros y, en poco tiempo, somos conducidos al Hijo para el perdón y la salvación. No es complicado. Basta con dejar de luchar con nuestras propias armas y rendirnos a la voluntad de Dios expresada en Sus santos y eternos mandamientos. La victoria comienza ahí. -Adaptado de Arthur Penrhyn Stanley. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amoroso, reconozco que muchas veces intenté vencer el mal dentro de mí con mis propias fuerzas, y fallé. Pero ahora comprendo: el verdadero poder está en obedecer Tu Palabra. Quiero aferrarme a Tu voluntad, rechazar todo lo que me aleja de Ti y vivir según Tus santos mandamientos.
Señor, fortalece mi corazón para andar con fidelidad en Tu poderosa Ley. Que en ella encuentre protección, dirección y sanidad. Sé que, al obedecerte con sinceridad, Tú te acercas a mí, actúas en mi historia y me conduces a la verdadera libertad. Quiero vivir bajo Tu cuidado, guiado por Tu verdad.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque no nos has dejado sin defensa contra el mal. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como una espada afilada que separa la luz de las tinieblas, protegiendo el alma contra todo mal. Tus mandamientos son como murallas de santidad, firmes e inquebrantables, que guardan a los que te obedecen con fidelidad. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.