“La tierra por sí misma produce el grano: primero el tallo, luego la espiga y, entonces, el grano lleno en la espiga” (Marcos 4:28).
Las personas de corazón elevado no se acomodan. Siempre están sensibles al mover de Dios — a veces incluso a través de sueños, toques suaves o convicciones profundas que surgen de la nada, pero sabemos que vienen del cielo. Cuando perciben que el Señor está llamando, no dudan. Dejan atrás la comodidad, abandonan la zona segura e inician con valentía una nueva etapa de fidelidad. Y hay quienes no esperan a que se acumulen las responsabilidades — actúan en cuanto entienden la voluntad de Dios, con prisa por hacer el bien y hambre de algo aún mejor.
Este tipo de alma no surge por casualidad. Son personas que, en algún momento, tomaron una decisión definitiva: obedecer la poderosa Ley de Dios. Entendieron que la obediencia no es solo una exigencia — es el camino hacia la intimidad con el Creador. Viven una fe activa, práctica y constante. Y, por eso, ven el mundo con otros ojos, viven con otro tipo de paz, experimentan otro nivel de relación con Dios.
Cuando alguien decide obedecer los increíbles mandamientos que el Señor entregó a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús, sucede algo sobrenatural: Dios se acerca a esa alma. El Creador hace morada en la criatura. Lo que era distante se vuelve íntimo. Lo que era solo doctrina se transforma en comunión real. Y entonces, la persona comienza a vivir una nueva vida — llena de la presencia, la protección y el amor divino. Esa es la recompensa de la obediencia: no solo bendiciones externas, sino unión eterna con el Dios vivo. -Adaptado de James Martineau. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre Santo, te agradezco por las veces en que me hablaste con suavidad, llamándome a un nuevo nivel de fidelidad. No quiero ser alguien que duda o pospone. Dame un corazón elevado, sensible a Tu voz, listo para obedecerte en todo, sin demora.
Señor, deseo vivir como esas almas fieles — que no esperan grandes señales para actuar, sino que corren a hacer el bien y agradarte. Quiero seguir Tu poderosa Ley, andar en fidelidad a Tus santos mandamientos y vivir una vida que te honre día tras día. Llévame a esa comunión que lo transforma todo.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por acercarte a quien te busca con sinceridad. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un puente de oro que une el cielo a la tierra, uniendo el alma obediente al corazón del Creador. Tus mandamientos son como senderos de luz en medio de la oscuridad, guiando a Tus hijos a una vida llena de Tu amor y de Tu presencia. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.