Devocional Diario: "El Señor edifica Jerusalén; reúne a los dispersos...

"El Señor edifica Jerusalén; reúne a los dispersos de Israel. Sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas" (Salmos 147:2-3).

Es bueno que, a veces, enfrentemos dificultades y adversidades. Ellas nos despiertan al hecho de que este mundo no es nuestro hogar definitivo. Las pruebas nos obligan a mirar dentro de nosotros mismos, revelan cuánto aún necesitamos crecer y nos recuerdan que nuestras esperanzas deben estar firmes en las promesas eternas de Dios, y no en las circunstancias pasajeras de esta vida. Incluso cuando somos juzgados injustamente y nuestras intenciones son malinterpretadas, esto puede ser usado por Dios para nuestro bien.

Estas situaciones incómodas, cuando se enfrentan con fidelidad, nos mantienen humildes delante del Señor. Impiden que el orgullo tome el control de nuestro corazón y nos llevan a depender aún más de los espléndidos mandamientos de Dios. La maravillosa Ley que el Padre entregó a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús nos enseña a soportar la oposición con paciencia y a confiar en el testimonio de nuestra conciencia ante Dios. Cuando obedecemos, incluso en medio de la humillación, Él nos fortalece y nos exalta en el momento oportuno.

No temas ser despreciado o incomprendido. El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Que los extraordinarios mandamientos del Señor sean tu refugio cuando el mundo no reconozca tu valor. Obedecer nos trae bendiciones, liberación y salvación — y nos moldea a la imagen de Cristo, quien también fue rechazado por muchos. -Adaptado de Tomás de Kempis. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.

Ora conmigo: Señor justo y fiel, ayúdame a no desanimarme cuando sea malinterpretado o despreciado. Que vea cada prueba como una oportunidad para aferrarme aún más a Ti.

Fortalece mi corazón a través de Tu magnífica Ley. Que Tus mandamientos sean mi consuelo y mi dirección cuando todo a mi alrededor parezca injusto.

Oh, mi Dios, te agradezco porque usas incluso el desprecio y el dolor para hacerme más humilde y dependiente de Ti. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como bálsamo que sana el corazón herido. Tus mandamientos son como columnas firmes que me sostienen cuando soy sacudido. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.



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