"El Señor está cerca de los que tienen el corazón quebrantado y salva a los de espíritu oprimido" (Salmos 34:18).
El alma que desea agradar a Dios necesita aprender a lidiar con injusticias y actitudes irracionales. Habrá momentos en que seremos tratados con dureza o incomprendidos sin motivo. Y aun así, somos llamados a permanecer en paz, conscientes de que Dios ve todo con claridad infinita. Nada escapa a Sus ojos. Lo que nos corresponde es mantener la calma, hacer con fidelidad lo poco que está en nuestras manos, y dejar el resto en Sus manos.
Es obedeciendo la magnífica Ley del Señor que logramos reaccionar con equilibrio ante las injusticias. Los espléndidos mandamientos de Dios, entregados a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús, nos entrenan para responder con mansedumbre y firmeza, sin permitir que la amargura nos domine. Cuando obedecemos la voluntad del Padre, aprendemos a actuar sin ansiedad y a dejar que lo que está fuera de nuestro control sea tratado como algo distante — como si ya no nos perteneciera.
Mantente en paz ante aquello que no puedes cambiar. El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Que los extraordinarios mandamientos del Altísimo sean tu ancla cuando la injusticia llame a tu puerta. Obedecer nos trae bendiciones, liberación y salvación — y nos enseña a vivir por encima de las circunstancias. -Adaptado de F. Fénelon. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre justo y compasivo, enséñame a no tambalear ante las injusticias. Que yo encuentre descanso en Tu presencia, incluso cuando no comprenda el motivo de las pruebas.
Guía mis pasos a través de Tu espléndida Ley. Que Tus mandamientos me ayuden a reaccionar con serenidad y a confiar en Tu mirada sobre todas las cosas.
Oh, Señor amado, te agradezco porque ves todo lo que me sucede y cuidas de mí con perfección. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un escudo que protege mi corazón de la rebeldía. Tus mandamientos son como una brisa suave que calma mi alma afligida. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.