"Los que aman tu ley disfrutan de paz, y nada hay que los haga tropezar" (Salmos 119:165).
El verdadero amor, cuando nace en nosotros por la presencia de Dios, es en sí mismo una bendición — no por causa de las circunstancias, sino porque trae consigo la propia esencia del Señor. Donde habita el espíritu del amor, allí también hay vida, libertad y paz. Ese amor divino lo transforma todo: elimina la raíz de la amargura, sana los tormentos del egoísmo, satisface las carencias y calma el alma.
Esa realidad de paz comienza cuando obedecemos los encantadores mandamientos del Señor. La gloriosa Ley que el Padre entregó a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús no solo nos guía — nos moldea con amor. Es a través de esa Ley que el espíritu de amor divino gana espacio en nosotros, y todo en nuestra naturaleza comienza a ser sanado. La obediencia a la voluntad de Dios no es una carga, sino un camino de restauración, donde el propio Creador arranca de nosotros todo lo que genera conflicto, tristeza y dureza.
Permite que el amor de Dios transforme tu interior. El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Que los magníficos mandamientos del Señor sean tu ambiente constante — suaves, firmes y liberadores. Obedecer nos trae bendiciones, liberación y salvación — y nos conduce a una vida vivida en el dulce elemento del amor. -Adaptado de William Law. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre de amor eterno, planta en mí Tu espíritu de amor verdadero, que transforma, sana y llena todas las partes de mi ser. Que yo viva cada día en ese ambiente suave y restaurador.
Guíame con Tu encantadora Ley. Que Tus mandamientos deshagan toda amargura y hagan nacer en mí una vida ligera, llena de paz y verdadera alegría.
Oh, Señor amado, te agradezco porque Tu amor en mí es la mayor de todas las bendiciones. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un río de ternura que lava mi corazón. Tus mandamientos son como notas de una melodía suave que arrullan mi alma en paz. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.