"Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado" (Salmos 66:18).
Muchas veces pensamos que solo los grandes pecados nos alejan de Dios, pero la verdad es que incluso el error más pequeño que elegimos mantener ya bloquea nuestra comunión con el Altísimo. Un hábito oculto, un pensamiento impuro o una actitud que sabemos que no es correcta puede convertirse en una barrera que impide que nuestras oraciones lleguen al Señor. El corazón dividido nunca encontrará fuerza espiritual, porque el pecado no renunciado apaga la luz de la presencia de Dios.
Por eso necesitamos alinear nuestra vida con los espléndidos mandamientos del Señor. Ellos nos llaman a la pureza, a la justicia y al amor verdadero. No basta solo con conocer la verdad, sino que debemos decidir vivir conforme a ella. Cada renuncia que hacemos por obediencia abre espacio para que la voz de Dios sea clara y para que nuestra oración tenga poder.
Así que, examina tu corazón y elimina todo obstáculo que te aleje del Padre. Quien camina en fidelidad, eligiendo obedecer, es fortalecido por el Señor y conducido al Hijo para salvación y vida eterna. No permitas que un pecado oculto robe tu comunión: elige hoy vivir en la integridad que agrada a Dios. Adaptado de Frances Power Cobbe. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre santo, me presento delante de Ti y reconozco que nada puede estar oculto a Tus ojos. Ayúdame a ver y renunciar a todo pecado que aún intento retener en mi vida.
Señor amado, guíame a vivir en obediencia a Tus espléndidos mandamientos, dejando de lado todo lo que contamina el alma. Quiero que mis oraciones suban a Ti sin barreras, en pureza y sinceridad.
Oh, Dios querido, te agradezco porque Tú me llamas a la integridad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un espejo que revela mi corazón. Tus mandamientos son caminos puros que me llevan a la comunión contigo. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.