"¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién permanecerá en su santo lugar? El de manos limpias y puro de corazón" (Salmos 24:3-4).
Muchos de nosotros permanecemos en las llanuras por miedo a subir a las montañas de Dios. Nos acomodamos en los valles porque el camino parece difícil, empinado y exigente. Pero es en el esfuerzo de la subida donde encontramos nuevas visiones, aire más puro y la presencia intensa del Señor. Las colinas, que a primera vista parecen intimidantes, guardan bendiciones y revelaciones que jamás experimentaremos mientras permanezcamos en el valle.
Es precisamente ahí donde entran los espléndidos mandamientos del Altísimo. Ellos no solo nos orientan, sino que también nos fortalecen para avanzar. Cuando elegimos obedecer, ganamos valor para dejar la comodidad y subir a las alturas de Dios. Con cada paso fiel, descubrimos nuevos niveles de intimidad, sabiduría y madurez espiritual que no existen en la llanura.
Por lo tanto, no temas las montañas del Señor. Abandona la autosatisfacción y avanza hacia los lugares altos, donde el Padre desea conducirte. Quien camina en esas alturas con obediencia encuentra la plenitud de la vida y es preparado para ser conducido al Hijo, donde hay perdón y salvación eternos. Adaptado de J. R. Miller. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te alabo por las colinas y los valles de mi vida. Sé que cada parte del camino está bajo tu control.
Señor, enséñame a enfrentar cada desafío obedeciendo tus magníficos mandamientos, confiando en que incluso las dificultades traen bendiciones preparadas por ti.
Oh, Dios querido, te agradezco porque transformas mis colinas en lugares de lluvia y mis valles en campos fértiles. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es la senda firme en las montañas. Tus mandamientos son lluvias que fertilizan mi corazón. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.