"He aquí que el alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:4).
Lo que Eva hizo no fue simplemente un desliz, sino un acto de desobediencia consciente. Al elegir beber de la fuente prohibida, cambió la vida por la muerte, abriendo las puertas del pecado para toda la humanidad. A partir de ahí, el mundo conoció el dolor, la violencia y la corrupción moral —como en el caso del primer hijo después de la caída, que se convirtió en asesino. El pecado entró en este mundo adulto, lleno de fuerza destructora, y sus consecuencias se extendieron por todas las generaciones.
Esta historia nos recuerda cuán serias son las órdenes del Altísimo. Los magníficos mandamientos de Dios no son límites arbitrarios, sino cercos de protección que resguardan la vida. Al apartarnos de ellos, cosechamos sufrimiento; al obedecerlos, encontramos seguridad y bendición. Obedecer es reconocer que solo el Señor sabe lo que es vida y lo que es muerte para nosotros.
Así que, mira el ejemplo de Eva como una advertencia. Evita cualquier camino que conduzca a la desobediencia y abraza la fidelidad al Señor. Quien elige andar en Sus caminos es preservado del poder destructor del pecado y es conducido al Hijo para encontrar perdón, restauración y vida eterna. Adaptado de D. L. Moody. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre santo, reconozco que el pecado trae muerte y destrucción. Líbrame de repetir errores antiguos y dame discernimiento para obedecer Tu voluntad.
Señor, guíame para que viva según Tus magníficos mandamientos, guardando mi corazón contra las seducciones que llevan a la caída.
Oh, Dios amado, Te agradezco porque, aun en medio de las consecuencias del pecado, Tú ofreces vida y restauración. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el camino de vida para mi alma. Tus mandamientos son murallas de protección que me alejan del mal. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























