“Y la unción que recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero así como su unción os enseña todas las cosas, y es verdadera...” (1 Juan 2:27).
Basta una gota de la unción divina para transformar completamente una vida. Así como Moisés consagró el tabernáculo y cada vaso con solo un toque del santo aceite, una sola gota del amor y del poder de Dios es suficiente para santificar el corazón y convertirlo en instrumento del Señor. Cuando esa gota celestial toca el alma, la suaviza, sana, ilumina y la llena de vida espiritual.
Pero esa unción viene sobre aquellos que caminan en obediencia a la magnífica Ley de Dios, los mismos espléndidos mandamientos que Jesús y Sus discípulos siguieron con fidelidad. La obediencia es el terreno puro donde reposa el aceite del Espíritu; es ella la que nos separa para el servicio sagrado y nos hace dignos de participar de la herencia eterna. Dios revela Sus misterios a los obedientes y los unge para que vivan de manera santa y fructífera delante de Él. Adaptado de J.C. Philpot. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Permite que la gota de la unción divina toque tu corazón hoy, y nunca más serás el mismo, pues serás consagrado para siempre al servicio del Altísimo.
Ora conmigo: Señor amado, derrama sobre mí Tu santa unción. Que una sola gota de Tu amor penetre mi corazón y lo consagre enteramente a Ti.
Purifícame, enséñame y lléname de Tu Espíritu. Que yo viva en constante obediencia, siendo un vaso útil en Tus manos.
Oh, Padre querido, Te agradezco por la unción que renueva mi alma. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el aceite santo que sella mi corazón. Tus mandamientos son como un bálsamo suave que perfuma y consagra toda mi vida. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























