"Bienaventurado el hombre que teme al Señor y anda en sus caminos" (Salmos 128:1).
La muerte no sacudió la fe de los profetas, apóstoles y discípulos. Ellos partieron con la misma confianza con la que vivieron, aferrándose firmemente a cada verdad que obedecieron mientras hubo tiempo. Cuando todo se silencia y la vida termina, la verdadera seguridad es saber que buscaron honrar a Dios mientras fue posible.
Es ahí donde entendemos la urgencia de seguir la magnífica Ley de Dios y Sus hermosos mandamientos. En el lecho de muerte no hay espacio para teorías agradables — sólo para la verdad vivida. Los siervos fieles sabían que, ante las acusaciones del enemigo y el peso de los pecados, sólo una vida de obediencia llevaría al Padre a enviarlos al Hijo, así como en el pasado el cordero purificaba a los obedientes.
Por eso, decide vivir de tal manera que el Padre tenga placer en enviarte a Jesús para perdón y salvación. Camina en fidelidad, sigue cada mandamiento con valentía y permite que la obediencia guíe tu historia. La salvación es individual. No sigas a la mayoría — obedece mientras estés vivo. Adaptado de J.C. Philpot. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, agradezco porque Tu cuidado nos acompaña en todo el trayecto. Enséñame a vivir con un corazón fiel, recordando que cada elección muestra a quién pertenezco.
Dios mío, fortaléceme para permanecer obediente, incluso cuando surjan desafíos y acusaciones. Quiero ser hallado siguiendo cada mandamiento que el Señor ha revelado.
Oh, Señor amado, te agradezco por recordarme que la obediencia abre el camino hacia Tu Hijo. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es un faro que ilumina mi vida. Tus mandamientos son riquezas que deseo guardar. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























