“Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Juan 3:30).
Debemos amar a las personas y desear su salvación, pero nuestro amor por Cristo debe ser mayor que todo. El verdadero amor por las almas nace del amor que tenemos por el Salvador, porque Él las ama y entregó su propia vida por ellas. Ganar almas no se trata de conquistar afecto o reconocimiento, sino de conducir corazones a Jesús. El siervo fiel no busca ser visto, sino que hace que Cristo sea exaltado en cada palabra y actitud.
Y esa pureza de intención florece solo en la vida de quienes obedecen la magnífica Ley de Dios, los mismos espléndidos mandamientos que Jesús y Sus discípulos obedecieron con fidelidad. La obediencia elimina el orgullo y la vanidad, permitiendo que el Espíritu Santo nos use como verdaderos instrumentos. Cuando dejamos de lado el “yo”, Dios revela Sus planes y realiza Su obra a través de nosotros, con poder y gracia.
El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Sirve al Señor con humildad, sin buscar honra para ti mismo, y Él hará de tu servicio una luz que conduzca a muchos a la presencia del Salvador. Adaptado de J. R. Miller. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Señor amado, enséñame a servir sin buscar reconocimiento. Que mi corazón solo desee que Tu nombre sea exaltado.
Líbrame del orgullo y de las intenciones ocultas que manchan Tu obra. Úsame como instrumento puro, para que otros Te conozcan y Te amen.
Oh, Padre querido, Te agradezco por enseñarme el valor de la humildad en el servicio. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el espejo de Tu santidad y amor. Tus mandamientos son luces que me guían a servir con pureza y verdad. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.