"Bendice, oh alma mía, al Señor, y todo lo que hay en mí bendiga Su santo nombre" (Salmos 103:1).
Hay algo poderoso cuando la alabanza se vuelve personal. Es fácil hablar sobre lo que otros deberían hacer — como el rey Nabucodonosor, que reconoció el poder de Dios, pero no se volvió a Él de corazón. Pero cuando la alabanza brota de la experiencia individual, cuando un hombre o una mujer comienza a exaltar al Señor por convicción propia, eso es señal de verdadera vida espiritual. El corazón que alaba es un corazón que ha sido tocado y transformado por la presencia divina.
Esa alabanza genuina nace en la vida de quienes caminan en los magníficos mandamientos del Altísimo. La obediencia abre el corazón para reconocer la bondad de Dios en cada detalle, y el amor por Su Ley despierta gratitud espontánea. Cuanto más caminamos en fidelidad, más percibimos que la alabanza no es una obligación, sino un desbordamiento del alma ante la majestad del Creador.
Así que, no esperes que otros den el ejemplo — comienza tú mismo. Alaba a Dios por todo lo que Él ha hecho y por quien Él es. El Padre se agrada de quienes Lo honran con amor sincero y los conduce al Hijo, donde la alabanza nunca se apaga y el corazón encuentra su alegría eterna. Adaptado de D. L. Moody. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te alabo porque pones en mis labios un cántico nuevo, una alabanza verdadera que viene del corazón.
Señor, ayúdame a vivir según Tus magníficos mandamientos, para que cada paso de mi vida sea una expresión de gratitud y amor.
Oh, Dios querido, te agradezco porque me enseñas a alabarte con sinceridad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el motivo de mi cántico. Tus mandamientos son la melodía que alegra mi alma. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.