“En su nombre se predicara el arrepentimiento y la remisión de los pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:47).
Hay conversiones que no resisten al paso del tiempo porque nacieron sin convicción de pecado. Cuando el corazón no es quebrantado, la semilla cae en un suelo superficial —y basta con el primer viento de oposición para arrancar lo que parecía fe. El arrepentimiento verdadero es el fundamento de la vida espiritual; sin él, la emoción inicial se desvanece y la persona vuelve a las antiguas prácticas, como si nada hubiera sucedido. Es el dolor del pecado lo que prepara el alma para recibir el perdón y permanecer firme.
Esa firmeza crece en quienes eligen andar en los magníficos mandamientos del Altísimo. La obediencia protege el corazón contra la superficialidad y lo conduce a la raíz de la fe viva. Quien oye la Palabra y la pone en práctica no se tambalea ante las tormentas, pues tiene sus raíces firmes en la roca —y el fruto aparece, incluso en medio de las pruebas.
Así que, examina tu corazón y permite que Dios te convenza de lo que necesitas dejar atrás. El Padre no desprecia al arrepentido sincero, sino que lo fortalece y lo conduce al Hijo, donde la fe se vuelve profunda, constante y fructífera. Adaptado de D. L. Moody. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te alabo porque tu verdad me llama al arrepentimiento y me enseña lo que es la fe genuina.
Señor, ayúdame a vivir según tus magníficos mandamientos, para que mi fe tenga raíces profundas y produzca frutos que te glorifiquen.
Oh, Dios querido, te agradezco porque me concedes un corazón quebrantado y verdadero. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el suelo fértil donde crece mi fe. Tus mandamientos son las raíces que me mantienen firme en medio de las tormentas. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.