“Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor” (Salmos 34:15).
Llegar al punto de la rendición total es un hito espiritual poderoso. Cuando finalmente decides que nada —ni opiniones, ni críticas, ni persecuciones— te impedirá obedecer todos los mandamientos de Dios, entonces estás listo para vivir un nuevo nivel de intimidad con el Señor. Desde ese lugar de entrega, puedes orar con confianza, pedir con valentía y esperar con fe, pues estás viviendo dentro de la voluntad de Dios. Y cuando oramos en obediencia, la respuesta ya está en camino.
Este tipo de relación con Dios, en la que las oraciones producen frutos reales, solo es posible cuando el alma deja de resistirse. Muchos quieren la bendición, pero sin la rendición. Quieren la cosecha, pero sin la semilla de la obediencia. Pero la verdad permanece: es cuando la persona se esfuerza de todo corazón por obedecer la poderosa Ley de Dios que el cielo se mueve con rapidez. Dios no ignora el corazón que se inclina con sinceridad —Él responde con liberación, paz, provisión y dirección.
¿Y lo más hermoso de todo? Cuando esa obediencia es verdadera, el Padre conduce esa alma directamente al Hijo. Jesús es el destino final de la fidelidad sincera. La obediencia abre puertas, cambia ambientes y transforma el corazón. Trae felicidad, estabilidad y, sobre todo, salvación. El tiempo de resistir ha terminado. El tiempo de obedecer y cosechar los frutos eternos ha llegado. Solo hay que decidir —y Dios hará el resto. -Adaptado de Lettie B. Cowman. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre Santo, te agradezco por mostrarme que la rendición total no es pérdida, sino el verdadero comienzo de la vida abundante. Hoy reconozco que nada en este mundo vale más que obedecerte con todo mi corazón. Ya no quiero resistirme a Tu voluntad. Quiero ser fiel, aunque el mundo se levante contra mí.
Señor, enséñame a confiar como quien ya ha recibido. Dame una fe viva, que ora y actúa basada en Tu promesa. Elijo obedecer Tu poderosa Ley, no por obligación, sino porque te amo. Sé que esa obediencia me acerca a Tu corazón y abre los cielos sobre mi vida. Que viva cada día bajo Tu dirección, listo para decir “sí” a todo lo que Tú ordenes.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por ser fiel con los que te obedecen de verdad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un río de vida que fluye directamente de Tu trono, regando los corazones que te buscan con sinceridad. Tus mandamientos son como luces eternas que guían el alma por el camino de la verdad, la libertad y la salvación. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.