"Estableceré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré grandemente" (Génesis 17:2).
Las promesas del Señor son fuentes que jamás se secan. No se retraen en tiempos de escasez; al contrario, cuanto mayor es la necesidad, más evidente se hace la abundancia de Dios. Cuando el corazón se apoya en las palabras del Altísimo, cada momento difícil se transforma en una oportunidad para experimentar el cuidado divino de manera más profunda y real.
Pero para beber de esa plenitud, es necesario venir con el “cáliz” de la obediencia. Quien camina en los espléndidos mandamientos del Señor aprende a confiar, pedir y recibir en proporción a su compromiso. Cuanto más fiel se es, mayor es la medida con la que uno se acerca a la fuente, y mayor la porción de fuerza y gracia que lleva para su vida diaria.
Así que acércate a las promesas de Dios con un corazón obediente. El Padre desea llenar tu vida de bendiciones y sustento, preparándote para la eternidad con el Hijo. Cada día vivido en fidelidad es una oportunidad de experimentar la riqueza que solo el Señor puede dar. Adaptado de John Jowett. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, vengo delante de Ti con un corazón confiado, creyendo que Tus promesas son eternas y nunca fallan.
Señor, ayúdame a andar en Tus espléndidos mandamientos, trayendo un “cáliz” mayor de obediencia para recibir todo lo que has preparado para mí. Enséñame a depender de Ti en cada necesidad.
Oh, Dios querido, te agradezco porque Tus promesas son fuentes inagotables. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es un río perenne de vida. Tus mandamientos son manantiales de abundancia que sacian mi alma. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.