"Aunque ande por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo" (Salmos 23:4).
Donde hay sombra, también hay luz. La sombra es solo la señal de que la luz está cerca. Para el siervo fiel, la muerte no es el final, sino solo una sombra que cruza el camino — y las sombras no pueden herir. El cuerpo puede descansar, pero el alma sigue viva, envuelta en la presencia de Aquel que venció la muerte. El Señor transforma el temor en paz, y el paso por la oscuridad se convierte en el inicio de una vida que nunca termina.
Esa confianza nace en quien elige andar de acuerdo con los magníficos mandamientos del Altísimo. La obediencia nos libera del miedo y nos coloca bajo la luz de la verdad. Cuando vivimos en fidelidad, comprendemos que la muerte ha perdido su poder, porque el Padre conduce a los obedientes al Hijo, que es la propia Vida. Así, incluso ante el valle, el corazón descansa — pues el Pastor está al lado, guiando hacia la eternidad.
Por lo tanto, no vivas bajo el yugo del miedo. Sal de la prisión de la duda y camina hacia la libertad que Cristo ofrece. La sombra de la muerte se disipa ante la luz de la obediencia y la fe, y el creyente fiel pasa de la oscuridad a la gloria, donde la presencia de Dios brilla para siempre. Adaptado de D. L. Moody. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te alabo porque, aun en las sombras, tu luz me envuelve. No tengo miedo, pues sé que estás conmigo en todos los caminos.
Señor, enséñame a vivir según tus magníficos mandamientos, para que camine en tu luz y nunca tema la sombra de la muerte.
Oh, Dios querido, te agradezco porque me liberas del miedo y me haces andar en tu luz eterna. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el sol que disipa todas las sombras. Tus mandamientos son rayos de vida que iluminan mi corazón. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.