“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento” (Salmos 23:4).
El alma obediente no depende de las circunstancias para estar segura — depende del Señor. Cuando todo a su alrededor parece incierto, permanece firme porque ha transformado cada situación, buena o mala, en una oportunidad para lanzarse en los brazos de Dios. Fe, confianza y entrega no son solo conceptos para esa alma, son actitudes diarias. Y eso es lo que trae verdadera estabilidad: vivir para agradar a Dios, cueste lo que cueste. Cuando esa entrega es real, no existe crisis capaz de sacudir el corazón que reposa en la voluntad del Padre.
Esa alma, dedicada y enfocada, no pierde tiempo con distracciones ni excusas. Vive con el propósito claro de pertenecer completamente al Creador. Y por eso, todo coopera a su favor. La luz la lleva a la alabanza; la oscuridad la lleva a la confianza. El sufrimiento no la paraliza; la impulsa. La alegría no la engaña; la lleva a agradecer. ¿Por qué? Porque ya ha entendido que todo — absolutamente todo — puede ser usado por Dios para acercarla a Él, siempre que continúe obedeciendo Su poderosa Ley.
Si la cercanía con el Creador es lo que deseas, entonces la respuesta está delante de ti: obedece. No mañana. No cuando todo sea más fácil. Obedece ahora. Cuanto más fiel seas a los mandamientos del Señor, más paz, protección y dirección experimentarás. Eso es lo que hace la Ley de Dios — sana, guarda, conduce a la salvación. No hay motivo para posponerlo. Comienza hoy mismo y experimenta el fruto de la obediencia: liberación, bendición y la vida eterna en Cristo Jesús. -Adaptado de William Law. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre, te agradezco porque la seguridad de mi alma no depende de lo que sucede a mi alrededor, sino de mi obediencia a Tu voluntad. Tú eres mi refugio en tiempos de luz y mi sustento en tiempos de oscuridad. Enséñame a transformar cada momento de mi vida en una nueva oportunidad de lanzarme en Tus manos con fe y confianza.
Señor, deseo pertenecerte por completo. Que nada en este mundo me distraiga de Tu presencia, y que mi fidelidad a Tu Ley sea constante, incluso en los días difíciles. Dame un corazón resuelto, que vea en Tus mandamientos el camino más seguro. Que no posponga más esta entrega. Que elija obedecer con alegría y firmeza.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por ser el ancla de las almas fieles. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como una muralla inquebrantable que protege el corazón que te obedece. Tus mandamientos son ríos de paz que corren hacia la vida eterna. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.