"Alzad a lo alto vuestros ojos y ved quién ha creado estas cosas; Aquel que saca a su ejército según su número; a todas llama por sus nombres; por ser grande en fuerza y fuerte en poder, ninguna faltará" (Isaías 40:26).
Es imposible que un alma negligente, desorganizada y sin dirección logre contemplar a Dios con claridad. La mente desordenada, que vaga sin propósito, se presenta ante el Creador como un contraste doloroso con la perfección y la simetría de todo lo que Dios ha creado. La misma voz que sostiene los astros con precisión se entristece al ver corazones que se acercan sin reverencia, sin estructura, sin sinceridad.
Es por la obediencia a la extraordinaria Ley de Dios que nuestro interior encuentra orden y propósito. Los sublimes mandamientos entregados a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús nos enseñan a disciplinar el cuerpo, organizar la mente y cultivar un alma despierta. La gloriosa Ley del Señor nos da centro y dirección, moldeando nuestra vida con propósito, firmeza y reverencia. Quien obedece aprende a vivir en armonía con el Creador — y su oración deja de ser una contradicción y pasa a ser un reflejo de la belleza que Dios espera encontrar en nosotros.
No te conformes con una vida flotante. El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Que los magníficos mandamientos del Señor moldeen tu alma con equilibrio y celo. Obedecer nos trae bendiciones, liberación y salvación — y transforma nuestra oración en un cántico alineado con el orden de los cielos. Adaptado de James Martineau. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre Santo y glorioso, quita de mí toda pereza espiritual y todo desorden que te desagrada. Enséñame a presentarme ante Ti con seriedad, humildad y verdad.
Educa mi corazón con Tu magnífica Ley. Que Tus mandamientos me moldeen por completo y hagan de mi vida un reflejo de Tu orden perfecto.
Oh, Señor amado, te agradezco porque aun siendo frágil y distraído, Tú me invitas a vivir en comunión Contigo. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como una brújula que organiza mis días. Tus mandamientos son como estrellas fijas que guían mis oraciones en la dirección correcta. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.