"Aviva tu obra en medio de los años; hazla conocida en medio de los años" (Habacuc 3:2).
Hay momentos en que el corazón parece vacío de oración, como si el fuego de la devoción se hubiera apagado. El alma se siente fría, distante, incapaz de clamar o amar como antes. Sin embargo, el Espíritu del Señor no abandona a los que le pertenecen. Él permite tiempos de silencio solo para, en Su ternura, soplar nuevamente sobre el corazón y reavivar la llama que parecía perdida. Bajo la presión de las pruebas, el creyente descubre que el altar interior aún vive, y que las cenizas esconden un fuego que nunca dejó de arder.
Esa llama divina se mantiene cuando elegimos andar en obediencia a los magníficos mandamientos del Altísimo. La fidelidad es el combustible del Espíritu: cada acto de obediencia alimenta el fuego de la oración y reaviva el amor por Dios. El Padre, que habita en el corazón de los humildes, sopla nueva vida sobre los que persisten en buscarle con sinceridad, transformando la frialdad en fervor y el silencio en alabanza.
Así, si el espíritu de oración parece adormecido, no te desanimes. Ve al trono de la gracia y espera el soplo del Altísimo. Él reavivará la llama con Su propio aliento, hasta que toda oración se convierta en alabanza y toda súplica se transforme en adoración eterna. Adaptado de J.C. Philpot. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te alabo porque, aun cuando el fuego de la oración parece débil, tu Espíritu sigue vivo en mí. Sopla sobre mi alma y renuévame.
Señor, ayúdame a vivir según tus magníficos mandamientos, para que mi fidelidad te agrade y mantenga encendida en mí la llama de la oración y del amor.
Oh, Dios querido, te agradezco porque no dejas que tu fuego se apague en mi corazón. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el viento que reaviva mi alma. Tus mandamientos son la leña sagrada que sostiene la llama de la fe. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























