"Bien sé que todo lo puedes, y que ningún plan tuyo puede ser frustrado" (Job 42:2).
La vida trae dolores, pruebas y caídas interiores que parecen más pesadas que cualquier sufrimiento externo. Aun así, la fe nos lleva a terminar cada capítulo del camino con gratitud al Creador. No solo por los beneficios que recibimos, sino por todo lo que compone la existencia: alegrías y tristezas, salud y enfermedad, victorias y fracasos. Cada parte, incluso la más difícil, es usada por Dios para nuestro bien.
Esta visión solo es posible cuando aprendemos a vivir según la grandiosa Ley del Señor. Ella nos muestra que nada es en vano, que incluso la tentación puede convertirse en oportunidad de fortalecimiento, y que el Padre gobierna cada detalle con sabiduría. Obedecer a esta voluntad santa nos ayuda a ver el propósito detrás de las circunstancias, y a descansar en el cuidado de Aquel que moldea nuestra vida para la eternidad.
Así, sé agradecido en todo tiempo. Quien se somete a la voluntad del Altísimo entiende que tanto la alegría como el dolor son instrumentos de preparación. El Padre guía a los obedientes y los conduce al Hijo, donde encontramos perdón, salvación y la certeza de que todo coopera para la vida eterna. Adaptado de Orville Dewey. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Señor amado, me presento ante Ti con un corazón agradecido, no solo por las bendiciones visibles, sino por toda mi vida y por cada experiencia que me has dado.
Padre, enséñame a obedecer Tu grandiosa Ley y a ver en cada situación —sea de alegría o de dolor— Tu mano obrando para mi bien. Que nunca pierda la confianza en Tu propósito.
Oh, Dios querido, te agradezco porque todo en mi vida tiene sentido en Ti. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es un fundamento que sostiene cada etapa de mi jornada. Tus mandamientos son instrumentos divinos que transforman todo en preparación para la eternidad. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.