“Cada uno de los designios del Señor está firme” (Jeremías 51:29).
No fuimos llamados a escoger nuestros propios caminos, sino a esperar pacientemente la dirección que viene de Dios. Como niños pequeños, somos guiados por senderos que muchas veces no comprendemos completamente. Es inútil intentar escapar de la misión que Dios nos ha dado, pensando que podremos encontrar bendiciones mayores siguiendo nuestros propios deseos. No nos corresponde determinar dónde encontraremos la plenitud de la presencia divina — ella se encuentra, siempre, en la humilde obediencia a lo que Dios ya nos ha revelado.
Las verdaderas bendiciones, la paz genuina y la presencia constante de Dios no surgen cuando corremos tras lo que creemos mejor para nosotros. Florecen cuando, con fidelidad y sencillez, seguimos la dirección que Él nos señala, aunque el camino parezca difícil o sin sentido a nuestros ojos. La felicidad no es fruto de nuestra voluntad, sino de nuestro alineamiento con la voluntad perfecta del Padre. Es allí, en ese camino trazado por Él, donde el alma encuentra descanso y propósito.
Y Dios, en Su bondad, no nos ha dejado en la oscuridad respecto a lo que Él espera de nosotros. Nos ha entregado Su poderosa Ley — clara, firme y llena de vida — como la guía segura para nuestro caminar. Quien decide obedecer esa Ley encuentra, sin error, el rumbo correcto hacia la verdadera felicidad, la paz duradera y, finalmente, la vida eterna. No hay camino más seguro, más bendecido y más cierto que aquel recorrido en obediencia al Creador. -Adaptado de George Eliot. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Querido Dios, te agradezco porque me enseñas que no fui llamado a seguir mis propios caminos, sino a confiar pacientemente en la dirección que viene de Ti. Como un niño que necesita la mano del Padre, reconozco que muchas veces no comprendo totalmente Tu plan, pero puedo descansar sabiendo que Tú siempre sabes lo que es mejor.
Padre mío, hoy te pido que me des un corazón paciente y sumiso, capaz de esperar por Tu orientación sin ansiedad y sin rebeldía. Que no corra tras mis propios deseos, sino que siga fielmente el camino que Tú has trazado para mí. Fortaléceme para que, aun cuando el camino parezca difícil o sin sentido a mis ojos, yo continúe firme, sabiendo que es en el alineamiento con Tu poderosa Ley donde la verdadera paz y la felicidad duradera florecen.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque no me has dejado en la oscuridad, sino que me has entregado tus increíbles mandamientos como guía segura para cada paso. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como una antorcha encendida en la oscuridad, iluminando cada senda por donde debo andar. Tus mandamientos son como un cántico eterno de sabiduría y vida, conduciéndome con amor y firmeza al descanso del alma y a la promesa de la vida eterna. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.