Devocional Diario: "Ciertamente la bondad y la misericordia me seguirán...

"Ciertamente la bondad y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días" (Salmos 23:6).

El alma del justo no necesita probar su inmortalidad mediante argumentos lógicos — la percibe por algo más elevado: la comunión viva con Dios. Cuando el corazón es purificado e iluminado por la verdadera santidad, se vuelve sensible a la presencia divina. Y esa presencia lo envuelve, lo calienta y lo confirma: Dios jamás abandonará la vida que Él mismo sopló dentro de nosotros. El alma que anhela profundamente a Él está, en realidad, respondiendo al propio soplo del Creador que la mueve.

Es a través de la obediencia a la brillante Ley de Dios que esa comunión se profundiza. Los grandiosos mandamientos entregados a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús nos separan del mundo y nos sintonizan con el Padre. La obediencia nos hace receptivos a las “irradiaciones divinas” — a los toques sutiles, pero poderosos, del Espíritu. Y cuando esas aspiraciones eternas surgen dentro de nosotros, no son meras emociones: son ecos de la voluntad de Dios, semillas de la eternidad plantadas por Él mismo.

No ignores los deseos santos que brotan en tu alma. El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Que los espléndidos mandamientos del Señor fortalezcan en ti esa unión viva con el Eterno. Obedecer nos trae bendiciones, liberación y salvación — y nos da la certeza de que, si Él hubiera tenido la intención de destruirnos, jamás nos habría revelado tanto. Adaptado de John Smith. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.

Ora conmigo: Señor eterno, me postro ante Ti con reverencia y gratitud por Tu vida que habita en mí. Que los profundos deseos de estar Contigo para siempre sean fortalecidos y guiados por Ti.

Enséñame, oh Dios, a vivir en fidelidad a Tu magnífica Ley. Que Tus mandamientos despierten en mí cada vez más ese anhelo por Ti, y que jamás resista a Tu soplo de vida dentro de mí.

Oh, Señor amado, te agradezco porque, al mostrarme Tu luz, confirmas que deseas mantenerme Contigo por toda la eternidad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como el sello vivo de Tu promesa en mi alma. Tus mandamientos son como corrientes de luz que me unen a Tu corazón. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.



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