“Confiad en el Señor perpetuamente; porque el Señor Dios es una roca eterna” (Isaías 26:4).
La verdadera fe en Dios genera paz y confianza en cualquier circunstancia. Quien la posee experimenta una serenidad que el mundo no puede ofrecer. Incluso en medio de los cambios y las pruebas, esa fe da al corazón paciencia y firmeza, porque descansa en el cuidado y en los planes del Señor. Es una fe que no se explica solo con palabras, sino que se demuestra en la vida de quien la vive.
Pero necesitamos entender que esa confianza solo se vuelve sólida cuando está cimentada en la espléndida Ley de Dios y en Sus incomparables mandamientos. Son esos mandamientos los que revelan el carácter del Padre y nos guían a vivir en comunión con Él. Quien se rinde a esa obediencia experimenta la presencia real del Creador, siente la vida transformada y descubre que la verdadera paz proviene de la fidelidad a Su voluntad.
Por eso, elige andar en obediencia. El Padre revela Sus secretos solo a los fieles y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Quien guarda los magníficos mandamientos del Señor disfruta de bendiciones eternas, de unión con Dios y de la esperanza segura en Jesús. Adaptado de Samuel Dowse Robbins. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, pongo delante de Ti mi corazón, pidiendo que aumentes en mí la fe que trae paz y confianza. Sé que solo Tú puedes darme serenidad en medio de las tormentas de la vida.
Señor, guíame a vivir en plena obediencia, valorando Tu espléndida Ley y Tus extraordinarios mandamientos. Que mi vida sea conducida por ellos y que yo experimente la verdadera comunión contigo.
Oh, Dios amado, te agradezco porque la obediencia me conduce a la verdadera paz. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es un tesoro inquebrantable. Tus mandamientos son estrellas que iluminan mi camino. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























