“El Dios eterno es tu refugio, y sus brazos eternos te sostienen” (Deuteronomio 33:27).
Hay momentos en los que todo lo que necesitamos es descanso — un descanso que va más allá del cuerpo, que alcanza el alma. Y es en ese lugar donde los brazos eternos de Dios nos acogen. No hay imagen más poderosa del cuidado divino que esta: brazos que nunca se cansan, nunca se rinden, nunca sueltan. Incluso cuando enfrentamos el peso de las batallas y las dudas, Él sostiene con ternura a aquellos que eligieron obedecer. Los brazos del Señor son refugio, son fuerza, son vida — pero solo para los que viven según Su voluntad.
La promesa de descanso y cuidado no es para todos — es para los fieles. Dios se revela y derrama Su favor sobre aquellos que guardan Sus mandamientos. Su poderosa Ley es la tierra fértil donde Su bondad habita, y fuera de ella solo queda tristeza. Cuando decides vivir según esa Ley, incluso en medio de las dificultades, demuestras que dependes solamente de Él — y eso alegra profundamente el corazón del Padre. La obediencia es el lenguaje que Él entiende; es la alianza que Él honra.
Así que, la próxima vez que te sientas exhausto o perdido, recuerda: hay brazos eternos extendidos para los fieles. Esos brazos no solo ofrecen consuelo, sino también poder para seguir adelante. Dios no sostiene al rebelde — Él sostiene al obediente. Él guía y fortalece a los que se deleitan en Su Ley. Obedece, confía, y verás — la paz que viene del Señor es real, el descanso es profundo, y el amor que Él derrama sobre los Suyos es eterno e invencible. -Adaptado de Adeline D. T. Whitney. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, cuán precioso es saber que Tus brazos eternos sostienen a los que Te obedecen. En días difíciles, en noches de silencio, es Tu cuidado el que me guarda y Tu fidelidad la que me renueva. Gracias por envolverme con Tu presencia y por mostrar que aquellos que guardan Tus mandamientos jamás estarán solos. Enséñame a descansar en Ti, con un corazón firme en la obediencia.
Señor, renueva en mí el santo temor que lleva a la fidelidad. Quita de mí todo orgullo y todo deseo de seguir mis propios caminos. Yo elijo agradarte. Quiero andar en rectitud, porque sé que es ahí donde Tu bendición se manifiesta. Que mi vida sea una prueba viva de que seguir Tu Ley es el único camino para la verdadera paz y la verdadera salvación.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por ser refugio para los justos y Fuego Consumidor para los rebeldes. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un muro de justicia que protege a los que te temen y rechaza a los que te desprecian. Tus mandamientos son como estrellas fijas en el cielo: firmes, inmutables y llenos de gloria. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.