“Ellos vagaban por el desierto, perdidos y sin hogar. Hambrientos y sedientos, llegaron al borde de la muerte. En su aflicción, clamaron al Señor, y él los libró de sus sufrimientos” (Salmos 107:4-6).
Seguir a Dios con fidelidad, muchas veces, significa elegir el camino solitario. Y sí, ese camino puede parecer un desierto: seco, difícil, sin aplausos. Pero es precisamente allí donde aprendemos las lecciones más profundas sobre quién es Dios y sobre quiénes realmente somos en Él. Buscar la aprobación humana es como beber veneno poco a poco. Eso agota el alma, porque nos obliga a vivir para agradar a personas inestables y limitadas, en vez de glorificar al Dios eterno e inmutable. El verdadero hombre o mujer de Dios debe estar dispuesto a caminar solo, sabiendo que la compañía del Señor vale más que la aceptación de todo el mundo.
Cuando decidimos caminar con Dios, escucharemos Su voz: firme, constante e inconfundible. No será el sonido de la multitud, ni el eco de las opiniones humanas, sino el dulce y poderoso llamado del Señor a confiar y obedecer. Y ese llamado siempre nos lleva al mismo punto: obediencia a Su poderosa Ley. Porque en ella está el camino de la vida. Dios nos dio Su Ley no como una carga, sino como un mapa fiel, que conduce a la bendición, a la protección y, sobre todo, a la salvación en Cristo. Seguirla es recorrer un camino seguro, aunque sea solitario.
Por lo tanto, si es necesario caminar solo, hazlo. Si es necesario perder la aprobación de los demás para agradar a Dios, que así sea. Pues obedecer los magníficos mandamientos del Padre es lo que trae paz duradera, liberación de las trampas del mundo y comunión real con el cielo. Y quien camina con Dios, incluso en silencio y soledad, nunca está verdaderamente solo. -Adaptado de A. B. Simpson. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te agradezco por tu presencia constante, incluso en los momentos en que todo parece un desierto. Sé que andar contigo muchas veces exige renunciar a ser comprendido, admirado o aceptado por los demás. Pero también sé que nada se compara a la paz de estar a tu lado. Enséñame a valorar más tu voz que cualquier otra.
Señor, líbrame del deseo de agradar a los hombres. Quiero caminar contigo incluso cuando eso signifique andar solo. Quiero escuchar tu voz, obedecer tu llamado y vivir según tu poderosa Ley, confiando en que es el camino correcto — el camino que lleva a la bendición, al rescate y a la salvación. Que mis pasos sean firmes, aunque solitarios, si están afirmados en tu verdad.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por ser fiel con los que caminan contigo en santidad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un sendero luminoso en medio de la oscuridad, que guía los corazones fieles hasta tu trono. Tus mandamientos son como anclas eternas, afirmando los pasos de aquellos que te obedecen, incluso cuando todo el mundo se aleja. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.