"En paz me acuesto y pronto me duermo, porque solo tú, Señor, me haces vivir seguro" (Salmos 4:8).
Cuando entregamos la vida al cuidado del Señor, encontramos verdadero descanso. El alma que confía en Sus misericordias no se pierde en ansiedad ni en impaciencia, sino que aprende a reposar sabiendo que está exactamente donde Dios la colocó. Es en ese abandono al Padre donde descubrimos una paz que el mundo no puede ofrecer — la certeza de que estamos en los brazos del Todopoderoso.
Esa confianza florece cuando elegimos vivir según los magníficos mandamientos del Altísimo. Ellos nos recuerdan que no caminamos al azar, sino que somos guiados por una mano sabia y amorosa. Obedecer es confiar en que cada paso de nuestro camino ha sido ordenado por Dios y que, en cualquier lugar, estamos seguros bajo Su protección.
Por eso, abandona los temores y abraza la fidelidad. El Padre guía y sostiene a quienes se rinden a Su santa voluntad. Quien vive en obediencia descansa en seguridad y es conducido al Hijo para heredar la vida eterna. Adaptado de F. Fénelon. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Amado Señor, me pongo en Tus brazos, entregándote mis preocupaciones e incertidumbres. Sé que solo Tú puedes dar el descanso que mi alma necesita.
Padre, enséñame a confiar en cada detalle de la vida, obedeciendo Tus magníficos mandamientos y aceptando el lugar donde me has puesto. Que yo descanse en paz en la certeza de Tu presencia.
Oh, querido Dios, te agradezco porque me haces vivir seguro. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un lecho de paz para mi alma. Tus mandamientos son brazos firmes que me sostienen en el camino. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.