"He aquí que yo soy el Señor, el Dios de toda carne; ¿habrá algo demasiado difícil para mí?" (Jeremías 32:27).
La fe de Abraham se afirmaba en la convicción de que nada es imposible para Dios. Incluso ante lo improbable, él miraba al cielo y veía, por encima de toda limitación humana, el poder, la sabiduría y el amor del Creador. Esta certeza lo sostenía cuando todo parecía contrario, pues creía que el corazón amoroso de Dios deseaba lo mejor, que Su mente infinita trazaba el plan perfecto y que Su brazo poderoso cumpliría todo lo que había prometido.
Esa fe inquebrantable también florece en aquellos que caminan de acuerdo con los magníficos mandamientos del Altísimo. La obediencia fortalece la confianza y nos enseña a percibir el carácter fiel de Dios en cada detalle. Cuando seguimos Sus instrucciones, aprendemos a descansar en la certeza de que el mismo poder que creó los cielos y la tierra actúa hoy para sostener a los que Le temen.
Así, mira las imposibilidades como oportunidades para que el Señor muestre Su poder. Cuando la fe se une a la obediencia, el alma encuentra descanso y alegría en medio de la espera. El Padre honra a los que confían y los conduce al Hijo, donde cada promesa se cumple con perfección. Adaptado de J.C. Philpot. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te alabo porque nada es imposible para Ti. Dame la fe de Abraham, que confía aun cuando no ve salida.
Señor, enséñame a andar según Tus magníficos mandamientos, para que mi fe sea firme y mi corazón permanezca en paz, sabiendo que Tu poder cumple cada promesa.
Oh, Dios querido, te agradezco porque Tu brazo es fuerte para realizar lo que prometes. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el fundamento de mi confianza. Tus mandamientos son las columnas que sostienen mi fe. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























