"Levántate, resplandece, porque ya viene tu luz, y la gloria del Señor nace sobre ti" (Isaías 60:1).
Existe una diferencia entre ser vivificado en Cristo y ser levantado con Él. Ser vivificado es el inicio, es cuando el corazón despierta, siente el peso del pecado y comienza a temer a Dios. Pero ser levantado es ir más allá: es salir de la oscuridad, dejar la tumba de la culpa y caminar en la gloriosa luz de la presencia del Señor. Es experimentar el poder de la resurrección de Cristo, no solo como una promesa lejana, sino como una fuerza viva que transforma y libera ahora.
Ese paso de la vida espiritual a la vida victoriosa solo ocurre cuando elegimos andar en los magníficos mandamientos del Altísimo. La obediencia nos conduce de la convicción a la comunión, de la conciencia de culpa a la libertad de la presencia divina. Cuando permitimos que el Espíritu Santo nos levante, el alma se eleva sobre el miedo y encuentra alegría, confianza y paz en Jesús.
Así que, no te conformes solo con haber sido despertado; permite que el Señor te levante completamente. El Padre desea verte viviendo en la plena luz de la vida en Cristo, libre de las cadenas del pasado y fortalecido por la obediencia que conduce a la eternidad. Adaptado de J.C. Philpot. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te alabo porque despiertas mi alma a la vida y me llamas a vivir en plena comunión Contigo. Sácame de toda oscuridad y hazme caminar en Tu luz.
Señor, ayúdame a vivir según Tus magníficos mandamientos, para que no solo despierte, sino que también me levante en poder y libertad en la presencia de Tu Hijo.
Oh, Dios querido, te agradezco porque me levantas de la tumba de la culpa a la vida en Cristo. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es la escalera que me conduce de la muerte a la vida. Tus mandamientos son rayos de luz que calientan y renuevan mi espíritu. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























