"Pero el Señor es el Dios verdadero; Él es el Dios vivo y el Rey eterno" (Jeremías 10:10).
El corazón humano jamás ha encontrado satisfacción en dioses falsos. Ningún placer, riqueza o filosofía logra llenar el alma vacía de la presencia del Creador. El ateo, el deísta, el panteísta — todos pueden construir sistemas de pensamiento, pero ninguno de ellos ofrece esperanza real. Cuando las olas de la aflicción y la decepción se levantan con fuerza, no tienen a quién clamar. Sus creencias no responden, no consuelan, no salvan. Las Escrituras ya han declarado: “Clamarán a los dioses a quienes queman incienso, pero ellos no los salvarán en el tiempo de la angustia.” Por eso podemos afirmar con convicción: la roca de ellos no es como nuestra Roca.
Y esa seguridad es experimentada solo por aquellos que siguen la majestuosa Ley de Dios y Sus extraordinarios mandamientos. El alma obediente nunca queda sin dirección, porque el Padre revela Sus planes a los fieles y solo a estos envía al Hijo para perdón y salvación. Mientras los ídolos fallan y las filosofías humanas se desmoronan, el camino de la obediencia permanece firme e iluminado. Así fue con los profetas, así fue con los discípulos, y así sigue siendo hoy.
Por eso, aférrate al Señor con fidelidad. Abandona todo lo que no puede salvar y acércate a Aquel que vive y reina para siempre. Quien camina en obediencia jamás quedará sin esperanza, pues su vida está fundada en la única Roca que realmente sostiene. Adaptado de D. L. Moody. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, gracias porque Tú eres el Dios vivo, fiel y presente. Solo en Ti mi alma encuentra verdadero descanso.
Dios mío, guárdame de todo lo que es falso y vacío. Enséñame a vivir en obediencia y a rechazar cualquier camino que me aparte de Tu verdad. Que Tus mandamientos sean siempre mi elección.
Oh, Señor amado, te agradezco porque Tu Ley me mantiene firme cuando todo a mi alrededor falla. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es la Roca que sostiene mi alma. Tus mandamientos son la certeza que me acompaña en toda angustia. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























