"Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, y cerrando la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en secreto, te recompensará en público" (Mateo 6:6).
Es en la oración donde sentimos la presencia viva de Dios y contemplamos Su gloria. Cuando dejamos el ruido del mundo y buscamos el silencio de la comunión, el cielo toca nuestra alma. En esos momentos, el corazón se calma, el Espíritu Santo habla y somos moldeados a la imagen del Hijo. La oración es el refugio donde encontramos fuerza y dirección para cada día.
Pero la verdadera oración florece junto con la obediencia. Quien desea intimidad con el Creador necesita seguir Su poderosa Ley y Sus magníficos mandamientos. El Padre no se revela a los rebeldes, sino a aquellos que buscan cumplir con amor todo lo que Él ha ordenado. Las palabras entregadas a los profetas y a Jesús siguen vivas y son el mapa para una vida santa.
La bendición viene cuando unimos oración y obediencia. Así es como el Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Ora con el corazón dispuesto a obedecer, y el Señor hará resplandecer Su luz sobre tu camino. Adaptado de J. R. Miller. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre querido, en silencio vengo delante de Ti. Aparto el ruido del mundo para escuchar Tu voz y sentir Tu presencia. Fortaléceme en mis luchas y enséñame a buscar más momentos de comunión Contigo.
Señor, ayúdame a entender que orar es también obedecer, y que Tus designios son vida y paz. Abre mis ojos para ver la belleza de Tu Ley y el valor de Tus mandamientos.
Oh, Dios amado, Te agradezco por permitirme sentir Tu presencia en la oración. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es luz para mi camino. Tus mandamientos son tesoros que conducen a la vida. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.
























