Devocional Diario: "Porque el Señor da sabiduría; de Su boca proceden el conocimiento y...

"Porque el Señor da sabiduría; de Su boca proceden el conocimiento y el entendimiento" (Proverbios 2:6).

Una vida completamente nivelada, sin desafíos, destruiría a cualquier hombre. La prosperidad continua, sin interrupciones, sería su ruina. Muchos logran soportar las adversidades, pero pocos soportan el peso del éxito. Conocemos personas que prosperaron mucho — sin embargo, casi siempre, junto con esa prosperidad vino la pérdida de la piedad, el alejamiento de la mirada eterna, el olvido de la ciudad celestial cuyo constructor es Dios. Las cosas de la tierra fácilmente arrastran el corazón lejos de las cosas del cielo.

Y es precisamente por eso que la magnífica Ley de Dios y Sus grandiosos mandamientos se vuelven aún más esenciales. La obediencia mantiene el corazón anclado en lo eterno, no en lo temporal. Todos los siervos fieles — profetas, apóstoles y discípulos — aprendieron que la prosperidad puede seducir, pero la Ley de Dios guarda y dirige. El Padre solo revela Sus planes a los obedientes, y solo estos son enviados al Hijo para perdón y salvación. Quien vive en los mandamientos no se pierde con las riquezas, porque sabe que su verdadera herencia está en el Reino.

Por eso, vigila tu corazón cuando las cosas vayan bien. Que la obediencia sea tu fundamento, no las circunstancias. Así, incluso en tiempos de prosperidad, tu amor permanecerá firme, tus prioridades alineadas y tu alma segura en las manos de Dios. Adaptado de D. L. Moody. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.

Ora conmigo: Padre amado, guarda mi corazón para que la prosperidad nunca me desvíe de Tu camino. Enséñame a discernir lo que es eterno de lo que es pasajero.

Dios mío, fortaléceme para vivir en fidelidad, independientemente de lo que tenga o deje de tener. Que mis ojos estén siempre puestos en la ciudad celestial que el Señor preparó.

Oh, Señor amado, Te agradezco porque la obediencia me protege de los engaños de esta vida. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el firme sostén de mi alma. Tus mandamientos son la brújula que mantiene mi corazón en el camino correcto. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.



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