Devocional Diario: Señor, tú me examinas y me conoces. Sabes cuando me...

“Señor, tú me examinas y me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; desde lejos comprendes mis pensamientos” (Salmos 139:1-2).

No hay lugar donde podamos esconder nuestros pecados. Ninguna máscara es eficaz ante los ojos de Aquel que todo lo ve. Podemos engañar a las personas, aparentar piedad, parecer correctos por fuera — pero Dios conoce el corazón. Él ve lo que está oculto, lo que nadie más ve. Y esto debe llenarnos de temor. Porque nada escapa a Su mirada. Pero al mismo tiempo, hay algo profundamente consolador en esto: el mismo Dios que ve el pecado oculto también ve el más pequeño deseo de hacer lo correcto. Él percibe ese anhelo frágil de santidad, esa voluntad tímida de acercarse a Él.

Es por medio de ese deseo sincero, aunque todavía imperfecto, que Dios inicia algo grandioso. Cuando escuchamos Su llamado y respondemos con obediencia, sucede algo sobrenatural. La poderosa Ley de Dios, tan rechazada por muchos, comienza a operar dentro de nosotros con fuerza y transformación. Esa Ley tiene una energía divina — no solo exige, sino que fortalece, consuela, anima. La obediencia no nos lleva a la carga, nos lleva a la libertad. El alma que decide vivir según los magníficos mandamientos de Dios encuentra paz, encuentra propósito, encuentra al mismo Dios.

Por eso, la pregunta es simple y directa: ¿por qué postergar? ¿Por qué seguir intentando esconderse, intentando controlar la vida a tu manera? Dios ya está viendo todo — tanto los fallos como el deseo de acertar. Entonces, si Él ya te conoce por completo, ¿por qué no rendirse de una vez? Comienza hoy a obedecer. No esperes más. La paz y la felicidad que tanto buscas están en el lugar que quizás has evitado: en la obediencia a la poderosa y eterna Ley de Dios. -Adaptado de John Jowett. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.

Ora conmigo: Padre amado, ante Tu santidad reconozco: no hay dónde esconderme. Tú conoces cada rincón de mi ser, cada pensamiento, cada intención. Esto me llena de temor, pero también de esperanza, porque sé que el Señor ve no solo mis pecados, sino también mi deseo de agradarte, incluso cuando ese deseo parece pequeño y frágil.

Señor, te pido: fortalece ese deseo dentro de mí. Que crezca y venza toda resistencia. Que no solo escuche Tu llamado a la obediencia, sino que responda con acciones reales, con entrega verdadera. Ayúdame a vivir según Tu poderosa Ley, a caminar con firmeza en la dirección de Tus magníficos mandamientos, porque sé que ahí están la paz, la alegría y el verdadero sentido de la vida.

Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por mirar con misericordia el más débil deseo de santidad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un viento celestial que barre toda mentira y establece la verdad en el corazón de quienes te obedecen. Tus mandamientos son como pilares eternos, sosteniendo el alma en medio de las tormentas y guiándola con luz firme hasta Tu corazón. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.



Compartir