“Tened cuidado, no rechacéis al que habla” (Hebreos 12:25).
Cuando incluso el más pequeño deseo en tu corazón te llama a acercarte más a Dios — no lo ignores. Puede ser una sensación leve, un pensamiento persistente, un anhelo de cambio. Esos momentos no son fruto del azar. Es el Espíritu de Dios tocando suavemente tu alma, invitándote a dejar atrás lo que es vacío y abrazar lo que es eterno. En esos momentos, aléjate de las distracciones. Permanece en silencio. Da tiempo al Espíritu para hablar contigo. No endurezcas tu corazón. La luz que comienza a brillar dentro de ti es la señal de que el cielo se está acercando.
Pero ese acercamiento no se completa con palabras bonitas, emociones pasajeras o gestos religiosos. Lo que Dios desea es obediencia. El fundamento de Su propósito para tu vida ya ha sido establecido: es la obediencia a Su poderosa Ley. Es sobre esa base sólida que el Señor comienza a revelar los detalles del plan que tiene para cada alma. Sin ese fundamento, no hay construcción posible. Dios no escribe los capítulos de una vida en rebeldía. Él solo revela, solo guía, solo envía cuando ve en el corazón el compromiso real con Sus mandamientos.
Muchos se engañan, pensando que pueden agradar a Dios de otras maneras — con actividades, con donaciones, con intenciones. Pero la Palabra es clara, y la verdad es simple: sin obediencia, no hay comunión con el Padre. Esa mentira antigua, difundida por la serpiente desde el Edén, sigue engañando a muchos. Pero quien tenga oídos, oiga: solo quien obedece es guiado. Solo quien obedece es aprobado. Y solo quien obedece es enviado al Hijo para la salvación. La obediencia a la Ley del Señor es el inicio de todo — de toda revelación, de toda dirección y de toda esperanza eterna. -Adaptado de William Law. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Querido Dios, te agradezco por tocar mi alma con tanta ternura, despertando en mí un anhelo de dejar lo que es vacío y abrazar lo que es eterno. Enséñame a reconocer esos momentos santos, a callar ante las distracciones y a escuchar con atención cuando tu luz comienza a brillar dentro de mí. No quiero endurecer mi corazón, Señor — quiero responder con entrega y verdad.
Padre mío, hoy te pido que establezcas en mí el verdadero fundamento de la obediencia. Sé que el Señor no construye una vida sobre la rebeldía, y que tu voluntad solo es revelada a quienes deciden guardar tus mandamientos. Quita de mí toda ilusión de que puedo agradarte con acciones vacías o intenciones que no se traducen en fidelidad. Pon en mí un compromiso real con tu poderosa Ley, para que mi vida sea guiada por ti, paso a paso, hacia el propósito eterno que tienes para mí.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque la obediencia a tu santa Ley es el inicio de toda comunión verdadera contigo. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como una raíz profunda que sostiene el árbol de la fe, firme contra las tormentas de este mundo. Tus mandamientos son como senderos de luz, que revelan el camino seguro de la salvación y me conducen, con esperanza y paz, a tu presencia eterna. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.