“Y cuando el pueblo se quejaba, esto desagradaba al Señor” (Números 11:1).
Hay una profunda belleza en un corazón que se entrega a Dios con alegría y gratitud, incluso en medio de las aflicciones. Cuando decidimos soportar con fe todo lo que el Señor permite, nos convertimos en partícipes de algo mucho más grande que nosotros mismos. La madurez espiritual no consiste en evitar el sufrimiento, sino en saber enfrentarlo con humildad, confiando en que hay un propósito en cada prueba. Y el hombre que, con toda la fuerza que Dios le da, se compromete a cumplir fielmente la santa voluntad del Señor, vive de manera honrada ante el cielo.
Es común que busquemos consuelo hablando de nuestros dolores a todos los que nos rodean. Pero la sabiduría está en llevarlo todo solamente al Señor —con humildad, sin exigencias, sin rebeldía. Incluso en nuestras oraciones, debemos ajustar el enfoque. En vez de clamar solo por alivio, debemos pedir que Dios nos enseñe a obedecer, que Él nos fortalezca para seguir con fidelidad Su poderosa Ley. Esta petición, si es sincera, lo transforma todo. Porque la obediencia a los magníficos mandamientos de Dios no solo resuelve el problema —sana la raíz, restaura el alma y establece una paz que el mundo no puede dar.
Aquel que decide vivir así, encuentra algo glorioso: amistad con Dios. Así como sucedió con Abraham, quien obedece, quien se rinde por completo a la voluntad del Altísimo, es recibido como amigo. No hay título mayor, no hay recompensa más sublime. La paz que nace de esta amistad no depende de las circunstancias. Es firme, duradera, eterna —fruto directo de una vida moldeada por la obediencia a la santa, perfecta y eterna Ley de Dios. -Adaptado de John Tauler. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre eterno, te agradezco por la oportunidad de entregar mi vida enteramente a Ti, incluso en medio de las aflicciones. No quiero huir de aquello que el Señor ha designado para mí, sino soportar con alegría y gratitud, confiando en que todo coopera para el bien de los que Te aman y Te obedecen. Dame, Señor, la fuerza que viene de lo alto para cumplir Tu voluntad en cada detalle de mi vida.
Señor, decido hoy dejar de enfocarme solo en mis dificultades. Quiero, en mis oraciones, buscar algo mayor: entendimiento, sabiduría y fuerza para obedecer Tu poderosa Ley con integridad y reverencia. Que mi boca se calle ante los hombres, y que mi corazón se abra ante Ti con humildad y fe. Enséñame a caminar según Tus magníficos mandamientos, pues sé que ese es el único camino hacia la verdadera paz.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo por ser fiel a quienes te buscan con sinceridad. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un sello divino sobre los que te aman, garantizándoles descanso incluso en medio de las tormentas. Tus mandamientos son como llaves de oro que abren las puertas de la amistad contigo y de la paz que sobrepasa todo entendimiento. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.