“Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán; nadie podrá arrebatarlas de mi mano” (Juan 10:28).
Si todo cristiano sincero entregara de verdad su voluntad al Señor, encontraría fuerzas más que suficientes para permanecer fiel hasta el final. Entonces, ¿por qué tantas veces fallamos en perseverar? La respuesta no está en la ausencia de fuerza, sino en la inestabilidad de nuestra voluntad. No nos falta poder — el Espíritu Santo habita en nosotros. Y cuando nos rendimos por completo a la voluntad de Dios, Él nunca nos abandona a mitad de camino. No es la fuerza de Dios la que falla; es nuestra disposición la que se debilita antes.
Obedecer la voluntad de Dios, expresada perfectamente en Su Ley, no depende de sentimientos ni de circunstancias. Es una cuestión de decisión y de perspectiva. Cuando vemos esta vida por lo que realmente es — pasajera y llena de trampas — nos damos cuenta de que nuestras elecciones tienen peso eterno. Y que la fidelidad aquí está moldeando nuestro destino eterno. La vida que vivimos hoy es la preparación para aquello que viviremos para siempre. Por eso la firmeza de corazón y el compromiso con Dios no pueden posponerse.
Si reconocemos que pronto dejaremos todo atrás, entonces no hay decisión más sabia que obedecer a Dios con todo el corazón. Todos Sus mandamientos son justos, santos y eternos. Y si fuimos creados por Él, nada más lógico que someternos a Su voluntad. La obediencia a la poderosa Ley de Dios no es solo un deber — es el único camino sensato para cualquier criatura que ha entendido el valor de la eternidad. Decide hoy obedecer, y descubrirás que el poder para permanecer ya está dentro de ti. -Adaptado de Henry Edward Manning. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Señor, mi Dios, te agradezco porque nunca falta poder que viene de Ti. Tu fuerza es perfecta, constante y suficiente para sostenerme hasta el final. Si he flaqueado, no es porque Tú me hayas abandonado, sino porque mi voluntad vaciló ante las presiones y distracciones de este mundo. Hoy, con humildad, reconozco esto delante de Ti y te pido: fortalece mi decisión. Afirma mi corazón en obediencia. Que no dependa de sentimientos ni de circunstancias, sino de Tu Palabra, de Tu Ley — santa, justa y eterna.
Padre, ayúdame a vivir con los ojos puestos en la eternidad. Quita de mí toda ilusión de que esta vida es mi destino final. Hazme ver que cada elección aquí está moldeando mi lugar en Tu Reino. Enséñame a no posponer la fidelidad. Dame valor para obedecer ahora, con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi entendimiento. Que Tu poderosa Ley sea mi fundamento, mi guía y mi escudo.
Tú me creaste, Señor, y nada es más lógico, más correcto y más sabio que someterme a Tu voluntad. La obediencia a Ti no es solo mi deber — es el camino de la vida, de la paz y de la salvación. Sé que Tu Espíritu habita en mí, y por eso el poder para permanecer ya está presente. Que decida, hoy y todos los días, vivir para agradarte. Y que mi vida, moldeada por Tu Ley, te glorifique ahora y por toda la eternidad. En el nombre de Jesús, amén.