“Descansa en el Señor y espera en Él” (Salmos 37:7).
Descubrí que estar en comunión con Dios va mucho más allá de alejarse del ruido del mundo — es aprender a silenciar la mente, aquietar el corazón y simplemente estar delante de Él con una atención tranquila y reverente. Es en ese lugar de quietud interior que el alma comienza a recibir el alimento espiritual que el Señor decide ofrecer. A veces es mucho, a veces es poco a nuestros ojos, pero nunca es nada. Dios nunca nos deja con las manos vacías cuando nos presentamos delante de Él con sinceridad y humildad.
Esta espera silenciosa profundiza algo precioso dentro de nosotros: la humildad y la obediencia. El alma que aprende a esperar en Dios se vuelve más sensible, más sumisa y más llena de fe. Comienza a percibir que no está sola. Los obedientes del Señor llevan dentro de sí una seguridad real — la certeza de que Dios está cerca. Es como si Su presencia pudiera sentirse en el aire, al caminar, al respirar. Y esa presencia constante es, sin duda, la mayor de todas las bendiciones para quien ama al Señor y ama Su poderosa Ley.
Entonces, ¿por qué resistir? ¿Por qué no obedecer a este Dios tan fiel, tan amoroso y tan digno? Él es el único camino hacia la verdadera felicidad — aquí y en la eternidad. Cada mandamiento que Él nos da es una expresión de Su cuidado, una invitación para vivir la realidad del cielo, aún en la tierra. -Adaptado de Mary Anne Kelty. Hasta mañana, si el Señor nos permite.
Ora conmigo: Querido Dios, Te agradezco porque me has mostrado que la verdadera comunión Contigo es una entrega interior, un reposo del alma en Tu presencia. Cuando aquieto el corazón y silencio la mente, percibo que Tú estás allí, listo para alimentar mi alma con lo que necesito en ese momento. Eres un Dios fiel, que nunca deja de tocar el corazón sincero que se coloca delante de Ti con reverencia.
Mi Padre, hoy Te pido que me enseñes a esperar en silencio, con humildad y fe. Quiero ser un alma sensible a Tu voz, sumisa a Tu voluntad, obediente a Tu poderosa Ley. Que no me distraiga con ruidos o prisas, sino que aprenda el valor de esta espera que me transforma por dentro. Dame esa seguridad que solo Tus siervos fieles conocen — la certeza profunda de que Tú estás cerca, de que caminas conmigo y me sostienes en cada paso. Que nunca pierda el privilegio de sentirte tan presente.
Oh, Santísimo Dios, Te adoro y Te alabo porque Tu presencia es la mayor bendición que puedo tener en esta vida. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como el soplo del cielo que refresca el alma cansada y orienta el corazón perdido. Tus mandamientos son como notas de una canción eterna, que acunan el alma en paz y conducen a Tu perfecto amor. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.