“Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu, en verdad, está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41).
Al orar con sinceridad: “No nos dejes caer en tentación”, estás asumiendo un compromiso personal de evitar aquello que ya sabes que es peligroso para tu alma. No sirve de nada pedir a Dios que te libre si, en tu día a día, te lanzas a las mismas situaciones que antes te derribaron. Es necesario actuar con sabiduría. Cuando clamas: “Líbranos del mal”, es esencial también combatir, con valentía, el mal que ya has identificado dentro de ti.
¿Te sientes débil? ¿Con miedo de caer de nuevo? Entonces el secreto es simple: aléjate de la tentación. Eso es velar. No sirve de nada orar si continúas exponiéndote, rodeándote de personas y ambientes que alimentan la desobediencia. Muchos quieren victoria sin esfuerzo, pero el camino de la santidad exige decisión. Huye de aquello que te aleja de la voluntad de Dios. Aléjate de todo y todos que ponen en riesgo tu obediencia a los mandamientos del Señor.
No existe vida santa sin obediencia. Quien ya ha decidido que no va a seguir la poderosa Ley de Dios, inevitablemente caerá en la tentación. Y, con el tiempo, perderá la paz, siendo mantenido esclavo del pecado. Pero la buena noticia es que aún hay tiempo de cambiar. La verdadera libertad está en decir “no” al pecado y “sí” a la voluntad de Dios. Ese es el camino de la fuerza, de la paz y de la verdadera victoria. -Adaptado de J. H. Newman. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Querido Dios, Te agradezco por recordarme que la victoria sobre el mal comienza con elecciones conscientes. Tantas veces clamé para que Tú me libraras de la tentación, pero continué lanzándome en los mismos errores, en los mismos lugares, en las mismas compañías. Ahora entiendo que orar con sinceridad es también asumir responsabilidad por mis decisiones.
Mi Padre, hoy Te pido que me des discernimiento para reconocer el mal dentro de mí y valentía para abandonarlo. Muéstrame los caminos, hábitos y personas que me han alejado de Tu voluntad, y ayúdame a cortar, con firmeza, todo lo que alimenta el pecado. Ayúdame a ser fiel a Tu poderosa Ley. No quiero más ser esclavo del error, ni vivir en constante caída.
Oh, Santísimo Dios, Te adoro y Te alabo porque aún hay tiempo de cambiar. La verdadera libertad está en elegir Tu voluntad por encima de todo. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu Ley es como una muralla de protección que me guarda de los ataques del enemigo y fortalece mi carácter. Tus mandamientos son como rieles firmes que me conducen con seguridad hasta el destino de la vida eterna. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.