
Desde Caín y Abel, quedó claro que Dios bendice a los obedientes y maldice a los rebeldes. Este principio divino de recompensa y castigo se mantuvo a lo largo de toda la historia del pueblo de Dios. Al darnos Sus leyes, Dios fue claro: bendiciones para los que obedecen, maldición para los que las ignoran. La elección está en nuestras manos. La idea de que Jesús anuló este principio de Su Padre es una ilusión sin ningún respaldo en los cuatro evangelios. El gentil que desea ser salvo por Cristo debe seguir las mismas leyes que el Padre entregó a la nación escogida para Su honor y gloria. El Padre ve la fe y la valentía de este gentil y derrama Su amor sobre él. El Padre lo une a Israel y lo conduce al Hijo para perdón y salvación. | Hoy estoy poniendo delante de ustedes bendición y maldición. Tendrán bendición, si obedecen los mandamientos del Señor, su Dios, que hoy les doy. Deuteronomio 11:26-27
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