"Si pasas por las aguas, Yo estaré contigo; y cuando pases por los ríos, no te cubrirán; cuando pases por el fuego, no te quemarás" (Isaías 43:2).
Aunque las tentaciones nos parezcan perturbadoras y dolorosas, muchas veces nos resultan útiles. A través de ellas, somos probados, purificados e instruidos. Ningún santo del pasado fue librado de estas luchas, y todos cosecharon beneficios espirituales al enfrentarlas con fidelidad. Por otro lado, quienes cedieron ante las tentaciones cayeron más profundamente en el pecado. Ningún hogar es tan santo, ningún lugar tan aislado, que esté libre de pruebas: ellas son parte del camino de todos los que buscan agradar a Dios.
Mientras vivamos en este cuerpo, no estaremos totalmente libres de las tentaciones, pues llevamos dentro de nosotros la inclinación heredada hacia el pecado. Cuando una prueba termina, otra comienza. Pero quienes se aferran a los sublimes mandamientos de Dios encuentran fuerza para resistir. La poderosa Ley que el Padre entregó a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús es el escudo que nos permite vencer. Por medio de la obediencia fiel, adquirimos paciencia, humildad y fuerza para superar a todos los enemigos del alma.
Permaneced firmes. El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Aférrate con amor a los magníficos mandamientos del Señor. Obedecer nos trae bendiciones, liberación y salvación, y nos da resistencia para soportar cada batalla hasta el final. -Adaptado de Tomás de Kempis. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Señor eterno, fortaléceme en medio de las pruebas que enfrento. Que no me desespere cuando surja la tentación, sino que confíe en que Tú me estás enseñando y moldeando.
Enséñame a amar y obedecer Tu grandiosa Ley. Que Tus mandamientos me preparen para resistir con valentía y me hagan más fuerte en cada batalla ganada.
Oh, Dios amado, te agradezco porque usas incluso las luchas para mi bien. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un escudo que me protege del mal. Tus mandamientos son como espadas afiladas que me hacen triunfar sobre el pecado. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.