“Hazme saber tus caminos, Señor; enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame” (Salmos 25:4-5).
La verdad divina no se aprende solo con palabras humanas, sino mediante la comunión constante con el mismo Jesús. Mientras trabajamos, descansamos o enfrentamos desafíos, podemos elevar el corazón en oración y pedir que el Señor nos enseñe directamente desde Su trono de misericordia. Lo que aprendemos de Él se graba profundamente en el alma: nada borra lo que es escrito por Sus manos. Las lecciones que vienen de los hombres pueden perderse, pero lo que el Hijo de Dios enseña permanece para siempre.
Y es obedeciendo la magnífica Ley de Dios, los mismos espléndidos mandamientos que Jesús y Sus discípulos siguieron con fidelidad, que abrimos el corazón para recibir esa instrucción viva. La Ley del Señor nos hace sensibles a Su voz y purifica el corazón para comprender la verdad en toda su pureza. Dios revela Sus secretos a los obedientes, porque son ellos quienes buscan aprender directamente del Maestro divino.
El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Vuelve hoy a Jesús en oración, pide que Él mismo te enseñe, y la sabiduría celestial llenará tu corazón de luz y entendimiento. Adaptado de J.C. Philpot. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Señor Jesús, enséñame a escuchar Tu voz por encima de todas las demás. Abre mis ojos para ver la verdad como Tú la revelas y graba en mi corazón Tus palabras eternas.
Líbrame de confiar solo en los hombres y hazme depender de Ti en todo. Que Tu Espíritu Santo sea mi guía constante en cada decisión de la vida.
Oh, amado Padre, te agradezco por concederme el privilegio de aprender de Tu Hijo. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el libro vivo de Tu sabiduría. Tus mandamientos son letras de luz que permanecen grabadas en mi alma. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.