“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).
No es difícil descubrir dónde está el corazón de una persona. Bastan pocos minutos de conversación para saber qué es lo que realmente la mueve. Algunos se entusiasman al hablar de dinero, otros de poder o de estatus. Pero cuando un siervo fiel habla sobre el Reino de Dios, sus ojos brillan, porque el cielo es su hogar y las promesas eternas son su verdadero tesoro. Lo que amamos revela quiénes somos y a quién servimos.
Y es obedeciendo la magnífica Ley de Dios, los mismos mandamientos espléndidos que Jesús y Sus discípulos siguieron, que aprendemos a poner el corazón en las cosas de arriba. La obediencia nos libera de la ilusión de este mundo y nos enseña a invertir en aquello que nunca se corrompe. Dios revela Sus planes solo a los obedientes, porque son ellos quienes viven con los ojos fijos en las recompensas eternas y no en las vanidades pasajeras.
El Padre bendice y envía a los obedientes al Hijo para perdón y salvación. Que tu corazón esté totalmente entregado al Señor, y que cada elección tuya sea un paso hacia el tesoro que jamás se pierde: la vida eterna con Dios. Adaptado de D. L. Moody. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, enséñame a poner mi corazón en Tus promesas y no en las cosas de este mundo. Que Tu voluntad sea mi mayor placer y Tu Reino, mi verdadero hogar.
Líbrame de las distracciones que me alejan de Ti y fortalece en mí el deseo de obedecerte en todo. Que mi vida refleje el valor eterno de Tus verdades.
Oh, Señor querido, te agradezco por enseñarme dónde está el verdadero tesoro. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el mapa que conduce a la herencia celestial. Tus mandamientos son perlas preciosas que enriquecen mi alma para siempre. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.