"Oí tu voz en el jardín, y tuve miedo, porque estaba desnudo, y me escondí" (Génesis 3:10).
Desde la caída, la humanidad vive lejos de casa — escondida de Dios, como Adán entre los árboles del Edén. Hubo un tiempo en que el sonido de la voz divina llenaba el corazón del hombre de alegría, y el hombre, a su vez, alegraba el corazón del Creador. Dios lo había elevado sobre toda la creación y deseaba llevarlo aún más alto, a glorias que ni los ángeles conocen. Pero el hombre eligió desobedecer, rompiendo el vínculo sagrado y alejándose de Aquel que solo quería bendecirlo.
Aun así, el Altísimo sigue llamando. El camino de regreso se recorre mediante la obediencia a los magníficos mandamientos del Señor. Ellos son el sendero de retorno al hogar perdido, la ruta que restaura la comunión interrumpida. Cuando dejamos de huir y nos rendimos a la voluntad divina, el Padre nos cubre de nuevo con Su presencia, devolviéndonos la dignidad y la alegría de vivir a Su lado.
Así que, si tu corazón ha vivido distante, escondido entre los “árboles” de la culpa o del orgullo, escucha la voz del Señor llamando tu nombre. Él aún quiere caminar contigo en la frescura del jardín y conducirte de vuelta a la plenitud de la comunión que solo se encuentra en Cristo. Adaptado de D. L. Moody. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre amado, te alabo porque aun cuando me escondo, tu voz me llama con ternura. Quiero volver a tu jardín y andar nuevamente contigo.
Señor, enséñame a seguir tus magníficos mandamientos, que son el camino de regreso a tu presencia y a la vida que perdí por desobediencia.
Oh, Dios querido, te agradezco porque no desististe de tu creación. Tu Hijo amado es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es el camino que me guía de regreso al hogar. Tus mandamientos son las huellas de luz que me conducen a la comunión contigo. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.