Devocional Diario: ¿Buscas grandes cosas para ti mismo? No lo hagas...

“¿Buscas grandes cosas para ti mismo? ¡No lo hagas!” (Jeremías 45:5).

Es en los momentos tranquilos y silenciosos de la vida cuando Dios más trabaja en nosotros. Es allí, cuando nos aquietamos delante de Él y esperamos con paciencia, que somos fortalecidos por Su presencia. Mientras el mundo nos presiona a actuar, correr, decidir por nuestra cuenta y mantener el control de todo, el camino de Dios nos llama a la confianza, la entrega y la obediencia. Él no quiere que nos adelantemos a Él, sino que aprendamos a seguir Sus pasos, confiando en que Su luz nos guiará, incluso cuando aún no vemos claramente el siguiente paso.

Cuando tomamos la firme decisión de obedecer la maravillosa y poderosa Ley del Creador — con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, aunque el mundo entero se oponga — algo profundo sucede en nuestro interior. Nuestro deseo personal comienza a disminuir, y el deseo de Dios se convierte en el centro de todo. Así como Jesús, que no buscó su propia voluntad, sino la del Padre, pasamos a vivir con ese mismo espíritu de sumisión y amor. Y es solamente en ese lugar de obediencia donde el verdadero conocimiento espiritual y el crecimiento del alma suceden.

Cualquier intento de unirse a Dios sin esta base será en vano. La comunión con el Padre no se establece por sentimientos, palabras bonitas o buenas intenciones aisladas — nace y crece en la obediencia a Sus santos y perfectos mandamientos. Es por medio de la obediencia que caminamos lado a lado con Dios, siendo moldeados por Él, guiados por Él y, finalmente, recibiendo la promesa de la vida eterna en Cristo Jesús. Obedecer es el camino — y también es el destino, pues es donde encontramos al propio Dios. -Adaptado de Isaac Penington. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.

Ora conmigo: Querido Dios, es verdad que frecuentemente me dejo llevar por la prisa y las presiones de este mundo. Cuando todo está tranquilo, creo que necesito hacer algo, decidir algo, mover algo — pero Tú me llamas al silencio, a la confianza y al descanso en Ti. Enséñame a detenerme ante Tu presencia y a esperar con paciencia, sabiendo que es en esos momentos de quietud cuando más operas dentro de mí. Cuando vuelvo mi corazón a Tu Ley y elijo andar a Tu ritmo, comienzo a sentir una paz que no depende de las circunstancias.

Padre mío, hoy te pido que plantes en mí el valor de obedecer con firmeza, incluso cuando eso me ponga en contracorriente del mundo. Dame un espíritu decidido a seguir Tus mandamientos con amor y reverencia, así como Tu Hijo siguió fielmente todo lo que Tú ordenaste. Quiero que Tu deseo se convierta en el centro de mi vida, y que mi corazón se regocije en agradarte por encima de todo. Guíame en este camino de madurez, para que no solo te conozca, sino que camine contigo en verdadera comunión.

Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque no te escondes de aquellos que te buscan con sinceridad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un río de aguas puras que lava, renueva y conduce mi alma. Tus mandamientos son como estrellas en el cielo oscuro, mostrando fielmente la dirección que debo seguir. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.



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