“Digan a los desanimados de corazón: Sean fuertes, no teman. Su Dios vendrá” (Isaías 35:4).
¿Cuántas veces cargamos cruces que el propio Dios nunca nos dio? La ansiedad por el futuro, el miedo a lo que pueda suceder, la inquietud que roba el sueño — nada de eso viene de Dios. Cuando intentamos anticipar los acontecimientos y controlar lo que está por venir, estamos diciendo, aunque sea sin palabras, que no confiamos plenamente en la providencia del Señor. Es como si dijéramos: “Dios, déjame que yo me encargo de esto.” Pero el futuro no nos pertenece. Y aunque llegue, puede ser totalmente diferente de lo que imaginamos. Nuestro intento de control es inútil, y muchas veces, la raíz de esa ansiedad está en la falta de una entrega verdadera.
Pero hay un camino de descanso — y es accesible. Ese camino es la obediencia a la poderosa Ley de Dios. Cuando decidimos usar todas nuestras fuerzas para agradar al Señor, obedeciendo de corazón Sus maravillosos mandamientos, algo cambia en nuestro interior. La presencia de Dios se manifiesta con poder, y con ella viene una paz que no se puede explicar. Una paz que no depende de las circunstancias, una calma que disuelve las preocupaciones como el sol disipa la niebla de la mañana. Esa es la recompensa de quien vive con fidelidad delante del Creador.
El alma que elige obedecer ya no necesita vivir en tensión. Sabe que el Dios a quien sirve está en control de todas las cosas. Obedecer la santa y eterna Ley de Dios no solo agrada al Señor, sino que también nos posiciona dentro del flujo de Su paz y cuidado. Es un ciclo bendecido: la obediencia genera presencia, y la presencia de Dios expulsa el miedo. ¿Por qué seguir cargando el peso del mañana, si hoy mismo puedes descansar en la fidelidad del Dios que honra a los que Le obedecen? -Adaptado de F. Fénelon. Hasta mañana, si el Señor nos lo permite.
Ora conmigo: Padre de misericordia, ¿cuántas veces intenté controlar lo que solo te pertenece a Ti? Perdóname por las noches en vela, por las decisiones basadas en el miedo, por los pensamientos inquietos que robaron la paz que Tú deseas darme. Hoy elijo soltar esa carga. No quiero seguir viviendo tratando de prever o controlar el futuro. Quiero descansar en Tu cuidado.
Señor, ahora comprendo que la ansiedad tiene raíz en la desobediencia. Cuando me alejo de Tus maravillosos mandamientos, me desconecto de Tu presencia, y con eso pierdo la paz. Pero elijo volver. Quiero vivir de manera que Te agrade, obedeciendo de todo corazón Tu poderosa Ley. Que mi alma esté anclada en Tu Palabra, firme, tranquila y protegida.
Oh, Santísimo Dios, te adoro y te alabo porque en Ti no hay sombra de variación ni inestabilidad. Tu amado Hijo es mi eterno Príncipe y Salvador. Tu poderosa Ley es como un escudo de luz que envuelve al obediente, alejando el miedo y estableciendo la paz. Tus mandamientos son como cuerdas de oro que nos unen a Tu corazón, conduciéndonos a la libertad y al verdadero descanso. Oro en el precioso nombre de Jesús, amén.