
Dios dirigió la linaje del hijo de Adán, llamado Set, hasta llegar a Abraham. Después de probar y aprobar a Abraham, Dios lo separó, junto con sus descendientes y los gentiles de su casa, y hizo con ellos un pacto eterno de fidelidad, sellado con la circuncisión. A lo largo de la historia, Dios dejó claro que este sería el plan de salvación tanto para judíos como para gentiles: debían seguir sus leyes para formar parte de su pueblo y necesitarían del sacrificio para el perdón de los pecados. Jesús nunca sugirió que este proceso fue alterado. Como gentiles, nuestra salvación viene al seguir las mismas leyes que el Padre entregó a la nación elegida para su honor y gloria. El Padre observa nuestra fe y coraje, nos une a Israel y nos conduce a Jesús. | El gentil que se una al Señor, para servirle, siendo de este modo su siervo... y que se mantenga firme en mi pacto, también lo llevaré a mi santo monte. (Isaías 56:6-7)
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